sábado, 14 de abril de 2018

DOS MIL CIENTO UNO







Creo que ha llegado el momento de cambiar mi método de escritura.
Hasta ahora me fiaba de mi cabeza y de mi instinto.
No apuntaba las ideas que me venían a lo largo del día o de la noche.
Tenía demasiada confianza en el comportamiento de la organización de mi cerebro y estaba segura de que al sentarme frente al ordenador para escribir mi diario, me vendría inmediatamente lo más importante que me había sucedido el día anterior.
Más he aquí que las cosas han cambiado.
He querido hacer alarde de una memoria que se ha desvanecido.
Me pregunto cómo voy a poder apuntar en el móvil los preciosos pensamientos que vienen a mi cabeza cuando paseo por el campo o cuando contemplo un maravilloso árbol recién florecido.
O cuando, como ayer por la noche, recibo un mensaje de una amiga francesa que dejé en Malibu, en el que me invita, en tres idiomas, a que todas las personas de buena fe que deseamos la paz, 
recemos para contrarrestar los horrores de las guerras, que preceden a la tercera guerra mundial.

Ya estaba en la cama cuando lo recibí.
Rara vez llevo el móvil a mi cuarto pero justo ayer, trece de abril, mi hijo el pequeño cumplía años y no había podido hablar con él, así que por si acaso me llamaba, cambié mi costumbre.

Así que al recibir este mensaje tan bonito y saber que estos días, en todas las partes del mundo, a todas horas hay gente rezando por la paz, me entusiasmé y me levanté de la cama, vine al ordenador y mandé el mensaje a la mayoría de la gente que tengo en WhatsApp.

Hoy me he encontrado con gente que no solo está rezando conmovida por el mensaje, sino que lo están divulgando sin que yo les hubiera dicho nada.

Estoy contenta.
Me parece que esto es lo más noble que puedo hacer en esta vida:


Rezar por la paz.







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