sábado, 17 de febrero de 2018

DOS MIL CUARENTA Y NUEVE







Ahora casi no presto atención a la moda, por dos razones:
La primera, porque me sobran kilos y por más que lo intenté no los puedo disimular, excepto vistiéndome como una bruja que en el fondo es lo que soy, por lo que me siento cómoda con mis negruras, sobre todo combinando el negro con el azul marino. 
Me encanta esa mezcla.
El otro motivo es que mi vida social es tan reducida, que cuando me compro algo que se sale de lo que me pongo a diario, se queda colgado en el armario.

Ayer tuve que ir a Bilbao para que me arreglaran la rodillera y aproveché para ir al cine.
Vi una magnífica película que se llama “Tres anuncios en la carretera”.
Es dura y buena.

En un momento dado, debido a una circunstancia especial, la protagonista salió a cenar con un hombre que padecía acondroplasia, también llamado enanismo.
Llegaron los dos muy elegantes al único restorán del pueblo, en donde todos se conocían.
Se sentaron en una mesa.
El hombre era educado, generoso, culto, se ocupaba de servir el vino y de que la mujer se sintiera a gusto.

De pronto, la cámara enfocó su rostro y se vieron sus maravillosos ojos azul marino, con unas cejas negras que los en marcaron.
Me encantó.
Pensé:

Yo ya saldría a cenar con un hombre así.
Me sentiría cómoda.

Se comportaba como una persona que tiene sensibilidad, pero rara vez la puede demostrar.
Yo nunca salgo con gente que no conozco, temo sentirme tensa.
Solo salgo con amigos con los que tengo mucha confianza y siempre mano a mano.

Para conversar, me siento más a gusto con una amiga, pero con los amigos varones que tengo estoy bien bien, nos conocemos y nos aceptamos como somos.
No nos escandalizamos ni tratamos de cambiarnos.

Si podemos nos hacemos favores y mantenemos nuestra amistad como lo que es: un auténtico tesoro.









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