domingo, 17 de diciembre de 2017

MIL OCHENTA Y OCHO








Recuerdo una entrevista que le hicieron a Milena Busquets, la hija de la famosa escritora y editora Esther Tusquets, que había escrito un libro dedicado a su madre cuando ésta murió.
Entre las respuestas, hubo una que me llamó la atención y que sigo sin estar de acuerdo, tal vez porque no la entiendo.
Le preguntaron, qué opinó su madre cuando empezó a escribir y la réplica fue contundente:

Mi madre no leía nada de una persona, hasta que no hubiera escrito tres mil folios por lo menos.

Lo que me sorprende de esa contestación, es que por mucha cantidad de folios que se escriban, si no están razonablemente bien escritos o tienen cierto interés, es imposible que solo porque hayan llegado a ser un número alto, merezcan ser leídos.

Prefiero leer cuatro lineas de William Blake:

Para ver el mundo en un grano de arena
y el cielo en una flor silvestre
abarca el infinito en la palma de tu mano
y la eternidad en una hora.

Esto que cuento viene a cuento porque hoy estoy escribiendo el texto mil ochenta y ocho de mi diario autobiográfico (no sé si tiene sentido añadir la palabra autobiográfico, porque supongo que si es mi diario será autobiográfico) lo cual significa que ya he escrito bastante más de tres mil folios, puesto que cuando los imprimo salen dos de cada día y ni por un momento se me ha pasado por el magín, exponer mi borrador a los ojos de un editor.

¿Cobardía?
Tal vez.

Estoy contenta haciendo lo que hago, de momento no tengo ganas de cambiar.
Tengo mis seguidores, cada vez menos, pero me consuela pensar en lo que decía Oteiza:

Con que exista una persona interesada en mi trabajo, mi vida tiene sentido.

Lo mismo digo.

Desconozco mi futuro.
No tengo sueños, ni planes, ni ilusiones.
La realidad me satisface plenamente.
Acepto la vida como viene y evito llevarme malos ratos por naderías.

Ayer, por ejemplo, estaba en el cine del puerto deportivo, leyendo el último libro de Margaret Atwood, mientras esperaba a que abrieran la puerta para entrar a ver “Perfectos Desconocidos” que me encantó, y se me acercó una tía de Carlos, mi exmarido, a quien tengo gran simpatía y al ver la rodillera, se extrañó y me preguntó:

¿Por qué te han puesto eso ahora?

Porque tengo los tendones posteriores dados de sí.

¡Qué pena! 

Y le contesté:

Ninguna pena, es para estar mejor.

¡Ah! Claro.

Menos mal que lo entendió.
La verdad es que es muy lista.

Yo detesto la pena.








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