lunes, 4 de diciembre de 2017

MIL SETENTA Y SIETE









He pasado uno de los mejores fines de semana de toda mi vida, sobre todo porque he aprendido algo que me ha venido muy bien.
Ya sabía que no tengo que preocuparme por nada, pero volverle a oír a Prem Rawat decir con toda la fuerza de su sabiduría, que nuestra vida se compone de paz y que esa paz está siempre dentro de mí, esperando a que me conecte con ella, me produce una tranquilidad infinita.
También habló de los lagos de serenidad que irán viniendo, uno detrás de otro.

Eso es justo lo que yo necesito, porque el defecto que más me molesta, de los muchos que poseo, radica en los nervios.

Tal vez no fuera demasiado nerviosa de pequeña, solo recuerdo que en los exámenes me preocupaba.
Más tarde, casada y con hijos, empecé a notar que los nervios podían conmigo.
No voy a entrar en detalles, me limitaré a decir que la vida de casada y madre de familia no era mi fuerte.
Por eso, cuando me separé, comprendí que jamás me casaría, saqué esa conclusión y la he cumplido a rajatabla.
He tenido algunas relaciones interesantes pero siempre supe que no serían duraderas.
Conozco cómo funciono en el amor.
Al principio me da fuerte y a medida que la relación se vuelve monótona, empiezo a aburrirme y deseo volver a mi vida independiente, sin testigos, sin discusiones, ni explicaciones.
Tengo setenta y un años y desde los cincuenta, fecha en la que hice voto de castidad para no perder más el tiempo en romances transitorios, he vivido los años más felices de mi vida, exceptuando el tiempo que estuve enferma.
Lo pasé mal pero me sirvió para aprender a tener paciencia y a saber que todo se pasa.
Aprendí más cosa importantes relacionadas con las personas de mi entorno y también supe algo que ya me lo habían enseñado en proyecto Hombre, que es lo siguiente:

Pide lo que necesitas.
No esperes a que los demás adivinen.

No lo hice porque la verdad es que ni yo misma lo sabía.
No me funcionaba la cabeza, perdí los sentidos, la memoria y tenía tanto malestar que llegué a desear la muerte .

Gracias a Dios todo eso ya pasó y ahora me encuentro muy bien y contenta.
He recuperado la fuerza y si no fuera porque los tendones posteriores de la rodilla me impiden andar con alegría, subiría al monte de vez en cuando, porque añoro el contacto con la naturaleza.

Resumiendo, he empezado hablando de Prem Rawat y termino hablando de que gracias a lo que él me enseña, mi vida es un acto de agradecimiento constante.












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