martes, 5 de diciembre de 2017

MIL SETENTA Y OCHO









Me sorprende que el mero hecho de tener un nuevo miembro en la familia, que da importancia a la celebración de la navidad con todos los accesorios y el trabajo que conlleva, haya cambiado mi acercamiento a esa época del año que tanto he detestado.
Se trata de Odita, mi nieta, a quien le pregunto casi todo, si prefiere el árbol blanco o verde, qué regalo quiere y cualquier disculpa que sirva para despertar su interés.
El amor hace milagros, ya lo sabemos, no obstante nunca pensé que yo fuera capaz de molestarme en poner un árbol de navidad y estar pendiente de ese tema constantemente.

Me queda poco, solo tengo que tomar las decisiones finales porque empecé al principio, casi ni siquiera había turrones en Eroski y los pocos que había me los comí de uno en uno, sobre todo los de Jijona que me encantan.

Incluso mi hijo el pequeño, entre un concierto en Copenague y una fiesta que organizó su hermanastra en Bilbao, ya está pensando en las almejas, ya que ese día él es el chef.

Yo sigo tratando de estar tranquila y no perder la calma, aunque si quisiera tendría motivos para ello, ya que estos días de puente, Beatriz se va a Praga y tengo que ocuparme de que David, el pintor, pinte su cuarto y su cuarto de baño.

Siempre he tenido la sensación de que a los hijos se les quiere demasiado.
Jamás hubiera hecho por nadie los favores que hago a los míos.
Sé que no es obligatorio, pero no hacerlo me parecería inhumano.
Como hija nunca fui un modelo.
Mis padres no tenían ningún motivo para estar orgullosos de mi y sin embargo, siempre estuvieron pendientes a su manera y en lo fundamental, salud y dinero.

Lo que no tuve ocasión jamás, es de poder hablar con ellos, ni juntos ni separados, de cómo me encontraba cuando estuve interna y mucho menos cuando estaba casada.
En mi familia no se habla de sentimientos, se resuelven los problemas.
Somos prácticos.

Antes de salir de casa, el día anterior a mi boda, mi madre, que conocía al que iba a ser mi marido, me dijo:

Todavía tienes tiempo para pensarlo Blanca, ahora puedes dar marcha atrás, pero si te casas, luego no vuelvas a casa pidiendo que te saquemos las castañas del fuego.

Ella veía que aquello no iba a funcionar.
Mi madre veía mi futuro en relieve, tenía una intuición desmesurada.
Incluso yo lo veía, pero había una fuerza superior disfrazada de amor, que me llevaba hacia el abismo.

Por supuesto que cuando me separé, aunque no les hizo gracia, me ayudaron y nunca dejaron de hacerlo.

Cuando mi madre me veía con ese aspecto de yonqui imposible de disimular, aunque me diera colorete caba vez que iba a su casa, me decía:

Lo único que has hecho es cambiar de problemas.

Yo ya lo sabía pero a pesar de que ser toxicómana no es deseable, lo prefería a mi matrimonio en el que por más que lo intenté no conseguí que funcionara.








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