domingo, 10 de diciembre de 2017

MIL OCHENTA Y TRES








A una edad en la que todavía no estaba asentada mi vida, me topé con Baroja y, deslumbrada por su bien hacer y decir, pasé un largo tiempo que se me hizo corto, leyendo todos sus libros, uno detrás de otro.
Me gustaba la distancia con la que describía las vidas de sus personajes, y me calmaba ver desde qué punto de vista tan poco apasionado se pueden afrontar las relaciones matrimoniales.
En aquella época yo vivía en un estado de exaltación, que me impedía separar mis acciones de mis emociones y pensamientos.

Baroja me ayudaba a calmar mi vehemencia.
He de confesar que, a pesar de que me pareciera un misógino, le aceptaba con toda mi corazón, debido a la paz que me trasmitía.

Hace un par de días cayó en mis manos un texto personal, escrito por él en su casa de Itzea, en Bera de Bidasoa, en el que con cierta melancolía recuerda los engaños que produce la imaginación, a las personas que todavía poseen optimismo.

Se reconoce más bien pesimista y sin embargo deja entrever, que es capaz de emocionarse ante un monte nevado o el salón de una mujer elegante y fría.

A estas alturas de la vida yo ya no alabo la imaginación.
Solo me interesa la realidad.

Tengo la sensación de que Don Pío, gracias a su escepticismo, no cometió demasiadas tropelías, tal vez ninguna.

Leo su texto y lo releo y solo veo en él belleza y cordura.

Por motivos familiares he tratado a muchas personas mayores, ya que estábamos muy unidos a la familia de mi padre, porque mi abuelo y la tía Carmen, mi madrina, que se quedó soltera para cuidar a su padre, veraneaban en el piso de abajo de nuestra casa de Santurce, en la que siempre éramos bien recibidos.

Aunque en Bilbao vivían más lejos, también íbamos a menudo, ya que era un centro de reunión familiar.

Me gustaba estar con mis tías, todas eran cariñosas conmigo, no tenía que hacer esfuerzos para comportarme, conocía a todos y me gustaban sus conversaciones.
Prefería estar con mis tías que con mis primas.

A menudo he buscado la compañía de las personas mayores, incluso fuera de mis familiares.
Tengo la sensación de que prestan más atención a los detalles y se toman la vida con más calma, además de que con ellos se aprende.

Estar con personas que han vivido, es como tener acceso a lo que me vendrá más adelante, aunque parezca mentira.








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