sábado, 9 de diciembre de 2017

MIL OCHENTA Y DOS









Ayer hizo un día tan gris y lluvioso, que por un lado no me apetecía salir de casa, pero por otro tenía ganas de ver “El autor”, película recomendada por Carlos Boyero, que, aunque no siempre coincido con él, respeto bastante su criterio.
No sé por qué motivo, pero en todos los cines la ponían a las diez de la noche y a esa hora, por mucho que me ofrezca el exterior, nada puede apetecerme más que estar calentita en mi casa y a poder ser en la cama.

Así que cambié de idea y decidí ordenar algunas cosas.
No hice un gran trabajo, pero el suficiente para sentir una satisfacción, que me recordó lo bien que me sienta esa clase de actividad que tanto me cuesta.

Tiré papeles y de paso, escribí unos mails que tenía pendientes.

Lo bueno que tiene hacer eso que me aterra, es que me quedé tan contenta, que hoy también tengo ganas de seguir insistiendo aunque solo sea un poquito.
Me gusta la idea de aprovechar el tiempo mientras el resto de la gente está por ahí, en casas rurales y en los bares.

Hace tiempo yo me pasaba la vida en los bares, en particular en el bar de Zampa, que ahora se llama “La estación de Neguri”.
No en ese precisamente, que es nuevo, sino en los anteriores, que solo eran de Zampa.
Eran pequeñitos pero cabía mucha gente.
Allí exponía mis cuadros y daba mis fiestas de cumpleaños a las que venía incluso mi madre que no estaba acostumbrada a frecuentar ese tipo de lugares, en los que Dylan sonaba la mayoría del tiempo.

La familia Escauriaza, es decir los padres y hermanos de Zampa, ya en su día tenían en Las Arenas el bar más moderno posiblemente de todo el país vasco, exceptuando Biarritz en donde había otro del estilo.
Era un lugar encantador, buena música y cómodo para estar sentados, charlar y jugar al ajedrez.
Se llamaba “La Pianola” y marcó historia.
Estoy hablando de los años setenta, tal vez un poco después de Mayo del 68, donde todo era amor, risas y flores.
Conocía a la mayoría de la gente que iba allí y siempre me encontraba con amigos.
La verdad es que perdía el tiempo, pero me divertía.
Al releer la última frase, eso de que "perdía el tiempo" he necesitado recapacitar.
Nunca perdí el tiempo en ese lugar en el que aprendí más que en la facultad de Bellas Artes, a la que dejé de asistir con el entusiasmo anterior, ya que el mundo que se abrió ante mí en La Pianola, me insufló nuevas ideas y me ofreció un mundo encantador, por lo menos al principio.
Considero La Pianola como mi segunda universidad.



Al romperme la pierna no podía ir a ningún sitio y me acostumbré a estar en casa y trabajar con el ordenador y ahora ya, eso es lo que más me apetece.

He de reconocer que lo que más me atrae de salir a la calle y respirar aire puro, es la idea de hacer fotografías.
Siempre me ha gustado hacer fotos pero ahora tengo otro interés.
Hasta en eso he cambiado.

Ya casi no hago fotos de personas, me interesan más los paisajes e investigar en planos menos convencionales.
Es muy placentero poder editar las fotos en el ordenador.
Antiguamente tenía un pequeño laboratorio en el cuarto de baño y no sé cómo, me arreglaba para revelar allí las fotos en blanco y negro.

También disfrutaba pero no se puede comparar con las facilidades que me ofrece mi maravilloso iMac de 27 pulgadas.








No hay comentarios:

Publicar un comentario