martes, 26 de diciembre de 2017

MIL NOVENTA Y SEIS









Yo tenía una capacidad superior a mis fuerzas para que, cada vez que hablaba con mi madre, decir algo inconveniente.
Intentaba ser amable y todo resultaba tan poco natural, que no conseguía su objetivo.
Rara vez acertaba, por no decir nunca.

En una ocasión, quise aprender Euskera y saber más de mi país, ya que hasta que cumplí treinta años y cambió el régimen político, todo lo referente a la cultura vasca, estaba prohibido.
Me apunté en un Euskaltegui al que acudía dos horas cada día.
Me resultaba muy difícil, pero me producía tanta alegría hablar en esa maravillosa y sofisticada lengua, que me compensaba.
A veces me dolía la cabeza, tal era el esfuerzo que hacía.


Decidí hacerme el carnet de identidad vasco, para lo cual tuve que dar más vueltas que un tiovivo.
Lo más importante era que mi segundo apellido, Moyúa, el de mi madre, del que se siente muy orgullosa, ya que además de su padre, Leopoldo, mi abuelo, le dio gran renombre su hermano, el tío Fede, que fue un gran alcalde de Bilbao.
De hecho pusieron su nombre a la plaza más importante de Bilbao, Plaza de don Federico Moyua y Salazar.

Pues bien, cuando fui a la oficina donde hacían los carnets de identidad vascos, que solo eran admitidos en Eroski, me dijeron que tenía que cambiar la y griega de Moyua por una i latina.
No me hizo gracia, porque encuentro que es mucho más bonito con la y griega que la latina, pero era tal mi empeño en conseguir ese carnet de vasca, que no lo pensé más.
Me fui al Registro civil y sin pensar en las consecuencias, pedí que me lo cambiaran.
No me pusieron ningún impedimento, sino todo lo contrario.
Me lo cambiaron en un santiamén y volví a la oficina de los carnets que estaba en el muelle de Ripa.

Cuando tuve el carnet de vasca en mis manos, sentí algo muy especial, se lo enseñaba a mis amigos y todos se quedaban extasiados ante semejante tesoro y decían que también lo querían, pero no se molestaban en hacer las gestiones.

La verdad es que la transformación de mi maravilloso apellido Moyua en Moiua, no me hacía ninguna gracia, pero sabiendo que no me había quedado más remedio, lo acepté y lo sigo aceptando, porque cada vez que he intentado volver al original, me ponen tantas dificultades que lo único que hago es volver a casa con las orejas gachas y tratar de pensar en otra cosa.

Pues bien, cundo todavía estaba entusiasmada con mi carnet de vasca, cometí la imprudencia de contárselo a mi madre, incluido el cambio de la y griega.

No daba crédito a lo que estaba escuchando.
Me miró como si le costara asimilar lo que acababa de oír, tardó un ratito en hablar, y con una voz que le salió del alma, me miró y me dijo:


Estás como una cabra.







No hay comentarios:

Publicar un comentario