viernes, 29 de diciembre de 2017

MIL NOVENTA Y NUEVE








El primer día que probé un Bloody Mary, creí haber descubierto el elixir de la inmortalidad.
Estaba con unos amigos en un conocido bar de las Arenas que se llama Dust.
Terminaba una copa y levantaba el dedo para que me trajeran otra.

Como todo el mundo sabe, el Bloody Mary se hace a basa Vodka, zumo de tomate, zumo de limón, un chorrito de salsa Worcestershire, unas gotas de Tabasco, sal y pimienta.

Es delicioso y nadie diría que tiene vodka porque el sabor del picante es lo que predomina y le da la gracia.

Hasta tal punto me emborraché sin darme cuenta, que los amigos con los que me encontraba no sabían qué hacer conmigo.
Yo solo me acuerdo de que un antiguo novio que apareció en el Dust en el momento oportuno, me conocía y sabía donde vivía, se encargó de mi.
Me llevó casa, supongo que abrió la puerta con mis llaves y me dejó en mi cama.

Al despertarme casi no sabía donde estaba, pero me sorprendió ver sangre por todas partes, incluido mi cuerpo y las sábanas.
No tenía heridas ni dolor, excepto que sentía la cabeza muy pesada.
Poco a poco fui recordando la noche anterior y deduje que lo que yo creía sangre, era tomate.
Entonces comprendí que había vomitado y en ello radicaba mi confusión.

No he vuelto a tomar Boody Mary.
Hay bebidas peligrosas y esa es una de ellas.
Engaña.

Ya solo bebo vino y siempre acompañado de comida.
No me sienta bien pero me gusta.
Me alegra la vida, aunque reconozco que me encuentro mejor cuando no bebo nada.

Cuando practico la macrobiótica no solo no bebo vino, sino tampoco café ni Coca-Cola, solo caldos, té de tres años y la menor cantidad de agua posible.
Si estoy dentro de esa práctica no me cuesta nada hacerlo, lo malo es si salgo y voy a bares y a veces también en mi propia casa, tengo tentaciones.

Ahora que casi ha terminado este periodo de navidad, ya solo queda la noche vieja.
He invitado a cenar conmigo a mi sobrino Manolo que también estaba solo, así que ese día comeremos basura y luego yo volveré a mis costumbres.

Como diría Carlos Vecino:

Ni tan mal.










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