jueves, 21 de diciembre de 2017

MIL NOVENTA Y DOS








Reconozco humildemente que la poesía que habla de las profundidades del alma, toca mi corazón aunque la lea una y otra vez.
Y lo agradezco porque en el devenir cotidiano, es difícil encontrar una persona que viva en el estado de paz necesario para poder hacer un gesto, un saludo en el que volcar todo el amor que tiene en su corazón.

Hoy he empezado la mañana leyendo a Li Po:


Pensamiento en la noche serena

Ante mi lecho un charco de luz.
¿La escarcha cubre la tierra?
Levanto los ojos y contemplo la luna.
Bajo la cabeza, y pienso en mi hogar.



Durante unos días, Jose Ignacio ha estado organizando el trastero, para poder llevar los cuadros que tanto espacio ocupaban en mi estudio.
Lo ha organizado muy bien.
Tiene verdadero talento para distribuir el espacio.
A pesar de que se ha llevado muchos bultos, sigo pensando que tengo que deshacerme de más cosas:
Collages, cartones, dibujos antiguos, grabados, fotos y millones de cositas que todos los artistas necesitamos en un momento determinado.


Hoy, definitivamente, me tomo vacación.
He llegado al límite del cansancio.

He dejado todo a medias.
Mañana, cuando vengan los suecos, se notará menos.
Por lo menos hay un árbol con adornos y luces de Led, un papá Noel muy grande, un nacimiento diminuto, unos Budas que encontré en el cuarto de Jaime, el Olentzero y su novia Mari Domingui y unos horrorosos Reyes Magos que Beatriz compró en un chino.
Que no falte de nada, así se puede dar gusto a todos.
Velas, bolas de plata, ¿qué más se puede pedir?

Yo tenía ilusión de ir al campo y cortar ramas secas para hacer ramos grandes otoñales, pero no sé si seré capaz de semejante esfuerzo.
La rodilla se queja.

Me acuerdo de una frase que dijo Pizca hace muchos años y se me quedó grabada:


Hay que aprender a vivir en el orden y en el desorden.





No hay comentarios:

Publicar un comentario