miércoles, 6 de diciembre de 2017

MIL SETENTA Y NUEVE








En teoría, considero que las madres no deben estar apegadas a sus hijos y que deben darles toda clase de facilidades para que rompan el cordón umbilical lo antes posible y se sientan libres.

Mi propia historia con la rotura del mi cordón umbilical fue bastante sorpresiva.
Nunca intenté cortarlo, más que nada porque nadie me indujo a ello.
Hasta que empecé a hacer terapias de la nueva era, ni siquiera sabía que existieran esa clase de problemas, aunque había algo en mí que pedía libertad a gritos.

Tuve la suerte de que a los diez y nueve años me casé y fui la dueña de mi territorio.
Excepto a mi marido que no era nada entrometido, no tuve que dar explicaciones a nadie.
¡que alegría!

Incluso cuando lo pasaba mal estando casada, me venía a la cabeza la siguiente idea:

Mando más en mi vida ahora que antes, o sea que voy mejorando.

Al cabo de los años, viviendo en Los Ángeles con total independencia y habiendo heredado un buen dinero de mi madrina, fui a Delhi, como de costumbre, para asistir a las conferencias de Prem Rawat.

En el ashram donde me instalaba, me encontré con una amiga que era maestra de Reiki y se ofreció a hacerme un tratamiento.
Acepté.

Me tumbé boca arriba.
Ambas estábamos con los ojos cerrados.
Al pasar las manos por encima de mi cuerpo, notó que se paraban encima de mi tripa, lo cual significaba que allí había problemas.

Se quedó quieta, con las manos extendidas, intentando descifrar el atasco que había en el interior.
Permaneció un buen rato en silencio absoluto y de pronto, habló:

No acabo de ver lo que hay aquí.
Tengo la sensación de que hay una masa como de espaguetis con tomate y todo está podrido.

¡Ah! 

dije yo.

Tengo la sensación de que es mi cordón umbilical mezclado con la sangre.

Seguro.
No eres la primera persona que tiene el cordón umbilical dentro, no es nada raro.
No debes asustarte.
La próxima vez que nos veamos te hago una operación psíquica y te saco toda la porquería.


Después yo me fui a mi cuarto, me metí en la cama y permanecí sin levantarme, ni siquiera para comer, durante dos días y medio.
Estaba agotada.


Cuando volvimos a nuestras ciudades, ella a San Sebastián y yo a Bilbao, hicimos un Skype y me sacó toda la porquería que tenía dentro.
No sé hasta qué punto el asunto del Reiki es psicológico o físico, pero aquella vez, a mi me dejó con una sensación de ligereza que todavía conservo.









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