jueves, 23 de noviembre de 2017

MIL SESENTA Y OCHO








Sabía que soy ambiciosa en lo referente a aprender a escribir, pero no tanto como me descubrí en la última clase de escritura.
Nunca pensé en ser poeta en el sentido académico de hacer poemas siguiendo las reglas, pero cuando mi compañera de clase, Miriam, leyó su poema autobiográfico a base de alejandrinos, enmudecí.
No solo me impresionó su intrepidez, sino que me trasmitió las ganas de probarlo yo también.
Durante una temporada hice poesía sin reglas, pero no me convencía.
Someterme a las reglas estróficas de un soneto, me parece como subir a un árbol con la pierna rota.
Tendría que estudiar lengua en la universidad y no me considero capaz de hacerlo.
Me gusta la vida que llevo ahora, tranquila, sin obligaciones, con tiempo para meditar y recrearme en la beatitud de ver pasar el tiempo, dando gracias por lo agradable que me resulta.
Disfrutar de la naturaleza, dejarme envolver por el verde otoñal de los árboles y sus sonidos que tanto aprecia mi alma, siempre dispuesta a disfrutar de la belleza en cualquiera de sus manifestaciones.

¿Seré incapaz de hacer unos versos alejandrinos?

Definitivamente, creo que a estas alturas de la vida podría llegar con mucho esfuerzo, a saber lo que es una lira y dentro de la lira lo que es un hipérbaton e incluso una metonimia, pero creo que el Creador no me ha dotado con el don que se requiere para ser poeta.

Hasta para escribir en prosa a veces tengo dudas a pesar de que me paso la vida intentando utilizar el subjuntivo, que tanto ensalza mi profesor de literatura.
Solamente para aprender a descifrar la Oda a la vida retirada de Fray Luis de León, necesitaría un bienio por lo menos.

¿Por qué me empeñé en que tenía que ser pintora, cuando disfrutaba tanto recitando poesía en francés o en castellano?

¿Acaso no me daba cuenta de que mi corazón se exaltaba con un simple verso de La divina comedia y no dudé en llamar Beatriz a mi hija?

¿cómo pude ser tan torpe?

Haciendo tanto esfuerzo como hacía en Francia para recitar a Moliére, con la mejor pronunciación de la que era capaz no siendo francesa.

No quiero hablar mal de mi y tampoco voy a decir que he equivocado mi vida, no deseo hacerme daño.

Tampoco voy a renegar de la pintura, siempre me ha interesado y me sigue cautivando, pero donde esté la palabra, no es necesaria la imagen porque está implícita en ella.

Así comienza el Génesis:

"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios".










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