domingo, 19 de noviembre de 2017

MIL SESENTA Y CUATRO









Ayer vi “La librerÍa”.
Me encantó.
Ya había leído el libro de Penelope Fitzgerald el año pasado, que me pareció delicioso.
Tiene bastante de la propia biografía de la autora, que empezó a escribir tarde, como yo.

La película no sigue el libro a rajatabla, ni falta que hace, ya que está contada en su justa medida.
Desde el principio empecé a verme en una especie de espejo, que me ayudó a recapacitar sobre mi propia historia personal.

Me gusta leer, he leído desde pequeña y sin embargo tener una librería nunca ha sido mi sueño.
Yo soy creativa.
Eso significa que lo mío es escribir.

Mi propósito, al hacerlo, es disfrutar del divino placer que me produce que me lean los que quieran, sin forzar las cosas y sin esperar nada a cambio.
Saber que tengo unos cuántos seguidores que leen el diario que voy publicando en mi blog todos los días, me hace feliz y si me ponen comentarios, cierro el círculo.

¡Qué diferencia con mi antigua vida de pintora a la que dediqué tantos años!
Era demasiado ambiciosa.
Soñaba con pintar bien, tener buenas críticas y poder vivir de la pintura.
No conseguí ninguno de los tres deseos, debo reconocer que nunca saboreé las mieles de la gloria.
No importa, lo dejé a tiempo.

Ahora no tengo pretensiones, solo quiero escribir y hacer fotos.

Publiqué dos libros que no me han dado ninguna satisfacción, más bien me han apartado de las editoriales y he perdido las ganas de comerciar con mis textos.

La felicidad de sentarme cada mañana delante del ordenador, con la hoja en blanco, sabiendo que todo el espacio es mío, que puedo expresar lo que me apetezca, me llena de entusiasmo.

Volviendo a “La librería”, disfruté mucho de los diálogos, en los que se nombran los libros que yo había leído hace años cuando estaban de moda, más o menos.
Haber vivido tiene ventajas.
Se reconocen las pequeñas anécdotas que sucedían en una época, en la que todavía no había llegado internet.
Simplificando, puedo dividir en tres etapas el tipo de vida que he conocido:

La primera, desde que nací hasta que llegó la televisión.
Se hacía una vida en la que la lectura estaba presente en todas las casas.
Los niños leían tebeos y los demás novelas o ensayo.
Los estudios se hacía a través de los libros y la escritura.
En aquella época no había demasiadas distracciones, por lo que la lectura era una actividad obligada.
Las librerías eran centros importantes, a las que se acudía para hablar con los dueños que recomendaban los libros, sabiendo lo que convenía a cada cliente.

Con la televisión disminuyó la lectura y cambió el tipo de conversación. 
El aparato se convirtió en el centro de atención de toda la familia, que se acomodaba en el cuarto de estar para ver lo que fuera. 
No había elección.
La cháchara trataba del programa del día anterior.

Y la tercera etapa que estamos viviendo ahora, cada vez más deprisa, está supeditada a internet.
A mi, me gusta.










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