lunes, 20 de noviembre de 2017

MIL SESENTA Y CINCO








He pasado un fin de semana más activo de lo habitual.
Ayer hice algo excepcional.
Sabía que un joven fotógrafo a quien conozco desde que nació, cuyo trabajo he seguido de cerca, Martín del Busto, estaba exponiendo en Las Arenas.
Me suele costar salir de casa los domingo, sobre todo si hace frío, pero recordé algo que me empujó a tomar la decisión de hacer el esfuerzo.

La primera vez que yo expuse en Bilbao, en la mítica galería Mikeldi, incluso antes de terminar la carrera, mi amigo Jose María Ucelay, que ya tendría sus años y que rara vez salía de su Busturia querida, vino en un taxi a ver mi trabajo de principiante.
Era algo inaudito.
Nunca le había visto salir de Txirapozu, excepto alguna vez que le apeteció que fuéramos al bar Arríen de Guernica para tomar una copa de coñac, presumo que para que no se enterase Inés, su esposa.
Sentí tanto cariño y resultó tan estimulante para mí, que me presenté en Getxophoto de Las Arenas y nada más entrar vino hacia mí, corriendo el gran artífice de la fotografía contemporánea.
Me dijo que no le costó reconocerme a pesar de que solo me había visto en persona cuando tenía siete años y hoy ya tiene dieciocho.
He seguido su evolución, él me decía que le dijera algo y yo le decía cosillas,  pero es muy suyo, rara vez me hacía caso.

Lo que él presentaba era algo nuevo.
No tenía nada que ver con los demás ni con los fotógrafos que había visto en Flecha, la feria de arte que se presentaba en Artea al mismo tiempo y en donde vi unas fotografías excelentes, pero siempre dentro de lo conocido.

En la pared de Martín había doce fotografías muy sencillas, casi minimalistas, no obstante llamaban la atención en aquella carpa sombría, en la que hacía falta más que unas gafas para situarse.
Las obras de Martín estaban hechas con una técnica nueva que las convierte en algo diferente a lo habitual, tal vez se han transformado en algo que todavía no tiene nombre.

El tema es siempre el mismo.
Dos dedos de la mano izquierda sujetan y muestran unas simples hojas verdes y otras veces entre las hojas hay una flor roja o simplemente la flor.
Ninguna pretensión.
Nada puede ser más sencillo que mostrar un trozo de naturaleza.
Una composición perfecta y una técnica que se llama Lumanux, que convierte una foto elemental en algo extraordinario.

Mientras estuve allí, se acercaron muchas personas del circuito artístico a visitar su stand.
A pesar de que todavía tendrá que terminar su carrera de BBAA y hacer lo que tenga que hacer, me siento capaz de augurar que Martín es ya un fotógrafo que ha captado los secretos del arte.

Una magnífica exposición.

Me alegré de haber ido, no solo por estar con él, sino por la sensación de belleza y madurez que me produjo su obra.








1 comentario:

  1. Blanca, que ilusión me hizo que vinieses y que encima te gustase!!! Respeto tu opinión mucho más de lo que crees. También me alegró que te acordases de tu pasado cuando te visitó José María Ucelay. Un saludo, Martin.

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