miércoles, 1 de noviembre de 2017

MIL CUARENTA Y SIETE








Me gusta Francia de tal manera que me quedo extasiada en cuanto paso la frontera.
Me considero francesa en espíritu.
La cultura francesa es tan refinada, que si no fuera porque el idealismo alemán está cerca, me quedaría atascada en ella.

Ayer vi una película que no ha tenido una crítica excelente, no obstante, yo le saqué todas las calidades de las que fui capaz, tal vez porque era un auténtico film de autora francesa:

Mal de pierres.

Al principio me sentí un poco desconcertada, pero a medida que avanzaba la historia, adquiría una fuerza extraordinaria, plena de delicadeza.
Es una adaptación de la novela "Mal di pietre" (Mal de piedras, Siruela) de la escritora italiana Milena Agus.
La película no se corresponde del todo con la novela, recorta algunos episodios que en la novela se aprecian y le proporcionan peso, aún así, es de una elegancia extrema y pude disfrutar más de lo esperado.

Cuando paso temporadas en Cuisine et Santé, el centro macrobiótico de Saint Gaudens, suelo aprovechar para ir al cine por las tardes y disfruto viendo películas que no suelen llegar a España y que ni siquiera las encuentro en el ordenador.
Saint Gaudens es un pueblo pequeño, no obstante el cine con varias salas es estupendo y los horarios están adecuados, de manera que cambian los pases de las películas para que los espectadores se puedan adaptar.
Siempre que me encuentro floja, acudo a Saint Gaudens y vuelvo como nueva.
La macrobiótica es milagrosa, cura todo y hace maravillas, incluso la de adelgazar, lo que pasa es que requiere un esfuerzo extra.
Solo si realmente no me encuentro bien me compensa ir allí, es como una casa de reposo con la ventaja de que hay clases prácticas y teóricas de macrobiótica.
A mi no me gusta nada cocinar y la macrobiótica exige dedicación, por lo que cuando estoy en casa me cuesta demasiado continuar en esa línea.
Solo cuando vuelvo de Saint Gaudens tengo la inspiración necesaria para seguir durante cierto tiempo, luego me desvío y vuelvo a las andadas.

¿Quien es capaz de no comer jamón viviendo en este lado de la muga?

Hace años me encontré en Barcelona con un amigo inglés a quien había conocido en Delhi y le traje en coche a Bilbao.
Había sido vegetariano durante veintitrés años, pero por causas que desconozco, probó el jamón en Barcelona y se olvidó de todo lo demás.
Ya solo pensaba en comer jamón.
Incluso cuando parábamos en los bares de la autopista se dedicaba a comer bocadillos de jamón, que no suelen ser buenos, pero a Mark le daba igual, solo pensaba en el jamón.

Hace poco vi una entrevista que le hacían a Brad Pitt.
Dijo que le gustaba mucho España y que venía siempre que tenía la ocasión.

¿Qué es lo que más le gusta de España?

El jamón.

Contestó sin dudarlo.
Evidentemente se había olvidado del museo del Prado, del Reina Sofía y de todas las respuestas que parecen ser las políticamente correctas.
Ante un plato de jamón ibérico y una botella de un buen Rioja, todo pierde interés.


A mi me pasa lo mismo.






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