domingo, 5 de noviembre de 2017

MIL CINCUENTA








Me gusta que llueva de vez en cuando, es el clima al que estoy acostumbrada.
Cuando viajaba a menudo y volvía de países tropicales, recuerdo la sensación tan agradable que sentía a volver a casa y que el cielo estuviera gris y que al respirar se notase el olor del salitre.
Placeres que poco a poco se van perdiendo con este asunto tan importante del calentamiento global.
Lo que más me sorprende de los responsables, es que no sean conscientes de que a ellos y a sus descendientes, les va a afectar de la misma manera que a los demás.
Ellos podrán creer que somos unos incautos y que se salvarán, pero lo dudo mucho, la naturaleza no hace diferencias entre pobres y ricos.

Leí ayer un artículo sobre la gran ciudad que han construido en Finlandia a veinte o treinta metros bajo tierra en la que hay de todo, igual que en las ciudades que están en la superficie, así que cuando los rusos les invadan, los privilegiados se podrán meter ahí y seguir viviendo como si tal cosa.
La piedra bajo la que se encuentra tiene tanta fuerza, que es muy difícil que algo pueda penetrar por muy sofisticado que sea.
Piscinas estupendas y carreteras magníficas.
Está debajo de Helsinki, lo publicaron en El Pais.

Me complace, en cambio, que vayan cuidando lo que tenemos, como en Bilbao, que ya han limpiado el Nervión y ha cambiado la ciudad.
De lo negativo prefiero no hablar, porque no todo es maravillosos en el Gran Bilbao a pesar de todos las alabanzas que recibe.

Barcelona está cayendo en picado, está más agradable para pasear porque hay menos gente, pero el aeropuerto no está bien atendido.
Habían echado a diez y siete trabajadores de los que asisten a las personas con dificultad de movimiento y había grupos de gente en silla de ruedas esperando con una aspecto de cansancio infinito.
Personas que llevaban viajando doce horas y todavía tenían que ir a Uruguay pasando por Madrid.
Y no oí ni una sola queja.

Los taxistas solo hablan de ese tema y entre que escuchan la radio todo el tiempo y conversan con las pasajeros, tienen información privilegiada.
Aún así, nadie sabe lo que va a pasar, pero está claro que es el único tema que existe en la vida catalana y mucho me temo que en el resto del estado.
Aprovecharé que hoy es domingo para centrarme ya que estos viajes rápidos me sacan de mi rutina y ahora me cuesta recuperar mi ritmo.
No tengo prisa.
Todo el tiempo es mío.











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