martes, 10 de octubre de 2017

MIL VEINTICUATRO







Lo que experimento cada mañana cuando me siento ante el ordenador, sabiendo que voy a escribir un pequeño texto referente a mi vida, me produce una especie de vértigo, emocionante por un lado y desconcertante a la vez, porque la mayoría de los días, tanto si tengo pensado el tema a tratar como lo contrario, nunca sé lo que va a suceder.

Todo va tan deprisa, cambian los asuntos de la política como mis estados de ánimo, me da la sensación de que casi no tengo a donde sujetarme, excepto a saber con certeza que, de la misma manera que he llegado hasta hoy, seguiré estando protegida.
La vida cuida de mi, los miedos solo son fantasmas que intentan asustarme, pero no existen.

En inglés, miedo se dice fear.
Y se interpreta así:

F: FALSE (falsa)
E: EVIDENCE (evidencia)
A: APPARENTLY (aparentemente)
R: REAL (real)

Solamente con acordarme de esta definición de miedo, vuelvo a la tranquilidad y a la confianza de que no son los políticos los que dirigen mi vida y recuerdo aquella frase tan sabia de Goethe:

El propósito de la vida es la vida misma.

O sea, que si mi interpretación no es errónea, eso significa que se trata de vivirla.
Así que, segura de mi misma y sabiendo que no existe el miedo, abro el “Pages” que es el programa que utilizo para escribir mi diario y “androcanto y sigo” como diría Oteiza.

Hace un día espléndido, no me duele nada, me siento fuerte y hasta la hora de la clase de Escritura puedo hacer lo que me apetezca.

¿se puede pedir algo más a la vida?









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