domingo, 1 de octubre de 2017

MIL DIEZ Y SEIS








Imposible imaginar lo que puede pasar ahora en Cataluña y en el resto de España.
A pesar de que escucho la radio y veo la televisión porque me interesa mucho saber qué tipo de terreno piso, no he conseguido que nadie de los que han hablado, ni siquiera Iñaki Gabilondo al que considero sensato, dijera nada nuevo, excepto que el diálogo es imprescindible.

Estoy de acuerdo en que hablando con sinceridad, se puede llegar a negociar acuerdos que satisfagan a ambas partes, pero, no nos engañemos, no siempre funciona.
Si uno de los agentes no está dispuesto a ceder en algo que sea prioritario, todo se queda estancado.

Dos personas ha habido en mi vida con las que por más que lo hayan intentado, no han conseguido que yo no me quedara en mis trece:

Mi madre y mi ex marido.
Eran dos personas muy importantes en mi vida pero ambas deseaban cambiarme, cambiar lo que era fundamental para mi, mi ser verdadero, mi identidad, mi modo.
Desde pequeña me di cuenta de que eso que yo sentía por dentro era solo mío, me pertenecía, y nadie podía modificarlo.
Era imposible.
Yo era educadita por fuera y trataba de ser obediente y portarme bien para evitar problemas, pero mi idiosincrasia permanecía incólume.
Los años de internado no fueron tan malos.
Me ofrecían la posibilidad de ser yo misma, las monjas eran más permisivas que mis padres.

Lo peor fue cuando me casé.
Mi ex marido tenía claro que lo mejor de mi, es que me atrapó en cuanto llegué de Francia con diez y siete años y estaba convencido de que siento tan joven, podría moldearme a su manera, pero le salió el tiro por la culata.
Tal vez al principio consiguió algunas cosas, porque yo nunca había salido de la casa de mis padres ni de los colegios, pero en cuanto pasó la época de tener hijos y supe que nada de lo que hacía lo había elegido yo, empecé a estudiar BBAA, conocí otras personas más afines a mi, con las que podía hablar de arte y me di cuenta de que eso era vida, por lo que me volví díscola y las cosas dejaron de funcionar.
No me importa ceder a las buenas, si todo se resuelve con cariño y respeto, pero las exigencias no me gustan nada, huyo como de la peste.


Así que pronto me separé y me di cuenta de que me gusta la independencia por encima de todo y siempre lo he tenido presente.







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