lunes, 2 de octubre de 2017

MIL DIEZ Y SIETE








Me encantan los lunes, me gusta el comienzo de la semana con sus nuevas actividades, tras ese largo domingo dedicado al descanso.
Me alegra la idea de empezar de nuevo a ocuparme de los asuntos que tengo entre manos.
Eso no quita que los fines de semana son recibidos como agua de mayo, puesto que la idea de no tener que hacer nada, me complace enormemente.

Comí con Rosa el sábado en La Barraca, que es un lugar especializado en arroces y tiene una cocina estupenda.
Además de los arroces, los fritos variados son excelentes.

Mantuvimos una conversación interesante como de costumbre, pero lo que de verdad relaja mi espíritu es la afinidad que tenemos en temas importantes como son los hijos y los hombres.
Ambas amamos nuestra independencia por encima de todo y hemos renegado de la educación que recibimos en la que estábamos enseñadas a agradar.

Rosa es un encanto y sigue siendo muy educada, pero tiene la cualidad de ser capaz de decir que no, sin ofender.
Yo soy más bruta, me gustaría refinarme, de momento no lo sé hacer de otra manera.
No es fácil mantener el espacio necesario, para resguardarse del mundo exterior.

Hay personas que se acercan demasiado, no se dan cuenta de la conexión que resulta cuando
las auras se chocan, se las obliga a deformarse para interrelacionarse entre si y luego necesitan su tiempo para volver a su estado natural y adaptarse al cuerpo que protegen.

No todo el mundo es consciente de que el cuerpo no termina donde se ve, sino que ocupa bastante más espacio del que aparente a primera vista.

El resto del fin de semana lo pasé en casa, atenta a lo que pasaba en Cataluña y horrorizada viendo que la violencia se utiliza en cuanto llega la ocasión.
Eso es espantoso, esa amenaza latente de castigo que tan desagradable resulta.

La desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad. 
Los obedientes deben ser esclavos.

Henry David Thoreau















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