jueves, 12 de octubre de 2017

MIL VEINTISEIS








Desde que estuve en Zarátamo viendo la película de Chelo Álvarez sobre los abusos sexuales, me siguen viniendo a la cabeza la cantidad de veces en las que me he visto en situaciones difíciles.

Recuerdo una vez que me llamó por teléfono una chica canaria, a la que me habían presentado y me resultó simpática.
Se encontraba en Bilbao y me invitó a tomar un té en la casa donde se hallaba, se había quedado con ganas de conocerme.
Yo estaba cerca y acepté.
Llegué a un piso normal decorado a la antigua, en donde estaba aquella chica con un sacerdote al que yo conocía de vista puesto que decía misa en la parroquia de San Vicente mártir de Abando, que había sido la mía mientras vivía en la casa de mis padres, en Bilbao.
Allí me bautizaron, me confirmaron, me casaron y me quitaron las ganas de ser católica practicante.
Ir a misa todos los días a las nueve de la mañana terminó por saturarme.

Pues bien, el cura era hermano de un profesor que me había dado clase en BBAA.
Era guapo, educado, aparentemente correcto y simpático.

Y la chica era encantadora.

La chica y yo fumamos unos porros, no recuerdo si el cura fumaba, la verdad.
Tampoco recuerdo si me ofrecieron algo de beber.
Lo que si sé, es que ambos estaban muy compenetrados entre sí y tal vez excesivamente amables conmigo.
Incluso llegué a pensar que me había equivocado al aceptar la invitación.
No me sentía cómoda.
Tampoco recuerdo de qué hablábamos, hasta que noté la mano del sacerdote en mi muslo.

La quité suavemente y no le debió de hacer gracia, a juzgar por lo que me dijo:

Tu eres una mujer que gusta más a las mujeres que a los hombres, ya lo irás viendo a lo largo de tu vida.

Eso fue lo que dictaminó, más o menos.
Luego se puso de pie, abrazó a la chica y se besaron en la boca largo y tendido, mientras yo no sabía donde meterme.

Me dijo que esas cosas no tienen importancia, que no significan nada para él y más explicaciones que se me han olvidado.


Intentando ser educada, me despedí y me marché pensando que soy una atrevida, por meterme en situaciones en las que me dejo manipular.














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