domingo, 22 de octubre de 2017

MIL TREINTA Y SEIS








Algunas personas me preguntan cómo he tenido tiempo para vivir tanto.
No sabría qué contestar, excepto lo que he comprobado a lo largo de los años:

Cada uno tiene su ritmo.

Lo más desconcertante, es que solo cuento un tanto por ciento de lo que me ha pasado, ya que hay acontecimientos que no deseo recordar ni que sean conocidos:

Disparates de tamaño gigante, que, gracias a la suerte que siempre me acompaña, no han tenido la repercusión que se merecían.
Otras aventuras prefiero ocultarlas porque son demasiado privadas, solo a mi me pertenecen.

Hay asuntos en los que tendría que involucrar a terceras personas para darles todo el sentido y no quiero hacer daño a nadie.

Y otra, bastante chistosa, es que, detrás de muchos de los acontecimientos que cuento con detalle, son solo la parte del iceberg que se ve por encima del agua.
Todo lo que queda debajo, que es lo más gordo, no sale a la superficie.

Ya sé que lo que estoy diciendo quita interés al diario.
No es eso lo que pretendo.
En absoluto.
Debido a que soy una indiscreta sin arreglo, es posible que algún día no me quede más remedio que soltar lo que me va quedando dentro, tendré que sacar a relucir la parte oculta del iceberg.



He estado viendo el programa de viajes de los domingos y hoy hablaban de Méjico, en donde estuve dos maravillosas semanas tocando los lugares más emblemáticos.
Al principio no me gustaba, porque eran demasiado tranquilos y yo tenía prisa.
Ellos no soportan que les inciten a ir más despacio y cuando me atreví a hacerlo, me cayó una bronca que me quitó la prisa en un santiamén.
Estaba en Mérida, Yucatán y un mejicano que tenía una tienda en donde quise comprar algo, en vez de atenderme sobre el asunto que me interesaba, empezó a presentarme a su mujer, a todos y cada uno de sus hijos y terminó invitándome a comer, con el propósito de hablar de negocios por la tarde.
Yo no necesitaba nada de lo que me ofrecía, me estaba aburriendo demasiado, solo me apetecían unos pañuelos mejicanos que me gustaban y quería traer unos cuantos para regalar a mis amigos.

Se lo dije en un tono tal vez inapropiado y el que usó él fue todavía peor, por lo que terminamos como el rosario de la aurora y comprobé que los mejicanos tienen carácter.


A partir de ese momento, he sabido comportarme de otra manera con la gente latina o, por lo menos lo intento.












No hay comentarios:

Publicar un comentario