martes, 12 de septiembre de 2017

NOVECIENTOS SIETE








Cuando ya pensaba que no había para mi ni un rincón en el mundo del arte, ayer me dieron una noticia que me hizo recuperar un poco la esperanza, no demasiada, no quiero tener expectativas, la suficiente para no quejarme.

Pues bien, durante el mes de agosto, me invitaron a presentar algo en la feria internacional de arte de San Sebastián.
Acepté.
Lo pensé bastante y me decidí por una Homenaje a Oteiza que consta de trece cuadros pequeños, todos muy parecidos entre si, que deben estar juntos, ya que simbolizan las esculturas de los apóstoles, que están en el monasterio de Aránzazu.

Es una obra conceptual que se basa en el vacío del que tanto hablaba Jorge.

Pues bien, tan poca ilusión sentía que ni siquiera fui a la inauguración, ni llamé al director de la galería para saber qué tal había ido.

Pero ayer me llamó por teléfono para decirme que una persona se enamoró de mi trabajo y acudió varias veces a ver la pieza y estudiarla.
Era un escultor joven que había trabajado con Oteiza.
No supo decirme su nombre, pero cuando alguien aprecia mi pintura, hay algo en mi que siente alivio, ya que he tenido tan poco éxito cuando estaba plena de entusiasmo que no paraba de pintar y hacer exposiciones, que ahora casi no quiero ni acordarme de aquellos tiempos, solo pienso en deshacerme de los cuadros y escribir y seguir profundizando en la escritura, ya que eso significa que estoy profundizando en mi misma.

Así que aunque parezca que no pasa nada, la vida sigue su curso.
Es como un río que fluye sin parar y tal vez un día deposita algo bonito en el lugar donde estoy yo.
Puede resultar mágico.

No se espera nada pero la recompensa existe.







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