sábado, 16 de septiembre de 2017

MIL UNO








Paseando por el bosque nos salió al paso un árbol repletito de rojas manzanas que nos invitó, en silencio, a que cogiéramos las que estaban en el suelo, ya que les habían gustado a los gusanos, que son los que más entienden de ese paradisíaco fruto.
Obedientes a nuestra manera, Pizca y yo nos agachamos e intentamos coger las más enteras, pero yo no estaba satisfecha, por lo que moví un poco el árbol y cayeron las sanas.
Ante ese festín y al comprobar que nadie nos decía nada, seguimos y seguimos hasta que llenamos dos bolsas de supermercado que encontramos en mi coche y nos fuimos tan contentas.

Al dejar a Pizca en su casa, la insté a que se llevara una de las bolsas, pero se negó en rotundo, por lo que yo aparecí en mi cocina con demasiadas manzanas, que no tenían buena pinta y de las que salían algunos bichitos molestos.

Nadie hizo mención a las manzanas ni de palabra ni de obra, por lo que se quedaron encima de la mesa, hasta que me entró la sensatez e hice una compota, seleccionando lo mejorcito de cada manzana.
Cosa rara en mi faceta de cocinera, no se quemaron.

Gracias a que había muchas, salió una cantidad suficiente como para poder degustar la mejor compota que había tomado en toda mi vida, lo que fue corroborado por Jaime.



Hasta que me casé, veraneábamos en Santurce, donde había toda clase de árboles frutales en el jardín que rodeaba la casa.
Nos pasábamos la vida cogiendo avellanas, peras, manzana, higos, ciruelas, nísperos, brevas y otras frutas que ya no recuerdo.
Para coger las que estaban en la parte de arriba de las árboles, teníamos un aparato que se llama “cogedora de frutas”, que consiste en un palo muy largo con un artefacto en la punta, específico para que, dándole una vuelta, corte el tallo de la pieza y ésta se quede en el artilugio.
Así se cogían antiguamente, una a una.

A pesar de haber tenido tanta fruta a mi disposición, me sigue encantando.

Cuando empecé a conocer a gente que practicaba diferentes formas de alimentación, es decir, vegetarianos, veganos, ovolactovegetarianos, macrobióticos, frugívoros, crudívoros y otros que no recuerdo, me decían convencidos, que la fruta es “el regalo de la naturaleza” por lo que es la única manera de no dañar a las plantas.

Es tanta la información que tengo respecto a la alimentación, que al final no sé nada.
Cuando me hablan con una seguridad dogmática, hago como que escucho pero es mentira.

Creo firmemente en las bondades de la macrobiótica, porque las he experimentado a conciencia, lo cual no significa que la siga a rajatabla, solo lo imprescindible.
















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