jueves, 10 de agosto de 2017

SEISCIENTOS CINCO








Solo me apetece dormir.
No estoy enferma, solo siento eso tan tremendo que se llama pereza.
Creo que este verano sin sol, que me permite no hacer nada serio día tras día, no me sienta bien.
No es que me importe porque me resulta muy agradable saber que no tengo obligaciones y que puedo quedarme en casa, ver series y tumbarme a la bartola, como si todos los días fueran el fin de semana.

Miro por la ventana y veo el cielo gris, la calle mojada y me produce una sensación de atemporalidad que no recordaba.
Hoy por lo menos tengo cita con el dentista a las 18:00 y eso ya me produce sensación de aprovechar el tiempo.

Soy más bien activa, por eso me cuesta aceptarme cuando siento que la vagancia se apodera de mi.
No me quejo.
Me gusta la idea de no tener que hacer nada.
Dentro de poco vendrá mi nieta y necesitaré estar en plena forma para ocuparme y disfrutar de ella.

Me gusta ver llover.
No solo me gusta sino que me cambia el ánimo, me lleva a un estado poético, sosegado, como si solo quisiera aislar el sonido de la lluvia y dejarme imbuir del sentimiento que me produce.
En la películas japonesas llueve mucho y me encanta.
Antes de salir de casa la lluvia me asusta pero si me pongo una buena gabardina y un paraguas grande, luego disfruto aunque siempre temo resbalarme.
En realidad prefiero verla caer desde la ventana.

Lo que de verdad me gusta es pasear por el campo en coche y escuchar el sonido del agua en las ramas de los árboles y sentirme protegida.

Creo que la lluvia encierra secretos poéticos que son más disfrutabas en el campo que en la ciudad.









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