martes, 1 de agosto de 2017

CUATROCIENTOS DIEZ Y SEIS







Mi madre me dijo una frase que se me quedó grabada y procuro tenerla presente:

El ideal es vivir con amor.
En su defecto se utiliza la educación.
Y cuando ésta falla, no queda más remedio que reclamar la justicia.

A medida que pasa la vida cada vez soy más consciente de que tenía razón.
¡Qué agradable resulta tratar con personas que saben amar y con eso llenan todo, no es necesario recurrir a nada más!

Tratar con gente educada también es un placer porque si en algún momento falla el amor y se crea una situación incómoda, las personas educadas son capaces de controlarse y tienen la capacidad de que no se tense demasiado el ambiente, ya que cuando esto ocurre, resulta tan desagradable, que dan ganas de desaparecer de la faz de la tierra.

Yo tengo un sistema nervioso bastante deteriorado, por lo que intento hacer esfuerzos de gigante para no descomponerme cuando una situación se pone difícil.
Intento controlarme y me doy cuenta de que lo mejor es callarme cuando me encuentro con personas que tratan de tener razón por encima de todo.
Entre otras cosas, por eso no me gusta la vida social, prefiero moverme entre personas que conozco y que sé que incluso en momentos difíciles, son capaces de mantener la calma y hacer que todo resulte agradable.

En mi familia no se discutía, se estilaba más bien el silencio, lo cual resultaba muy desagradable, la tensión se podía tocar.

Con mi ex marido discutía bastante, sobre todo cuando él bebía y a mi eso me ponía enferma.
Me quedaba incomodísima, porque me daba cuenta de que estaba invadiendo su terreno.
Durante algunas temporadas no bebía y casi no salíamos y me resultaba aburrido.
Resumiendo, que no sabía lo que quería.

Ahora que estoy sola no discuto con nadie y me encanta, porque lo detesto.
Prefiero hablar tranquilamente con personas que estén en una onda parecida a la mía y que les apetezca charlar sobre temas que a ambas nos gusten y hacer planes tranquilos, de campo y playa.

A mi edad ya sé lo que quiero y viceversa.
También sé que mi bienestar depende de mi y que si me dejo manipular, es mi responsabilidad.
Ya no puedo echar la culpa a nadie de mis torpezas, excepto a mi misma.









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