lunes, 28 de agosto de 2017

OCHOCIENTOS TRES







Ayer murió Annette.
Se veía venir.
Estuve toda la tarde en casa pegada al teléfono esperando la noticia.
Cuando me lo dijeron me alegré.
Ya era hora de que dejara de sufrir y descansara.
Ha aguantado el dolor estoicamente, por seguir su intuición.
Ella pensó que con su fuerza mental y la medicina natural podía salvarse, pero no lo consiguió.
Su cáncer estaba demasiado avanzado.
Luchó contra viento y marea para respetar sus ideas y consiguió hacerlo a su manera.
No permitió que le dieran ni un Gelocatil.
Habiendo sido hija de una mujer muy sabia, documentada en la macrobiótica, sin permitir que la medicina alopática entrara en su vida, Annette siguió los pasos de su madre.

Se hizo respetar.
Ningún doctor fue capaz de conseguir que accediera a los tratamientos habituales.
Fue una mujer valiente que no consintió que hicieran con su cuerpo, lo que ella no consideraba adecuado.

Annette era muy guapa, alta, rubia, y con una cabeza privilegiada.
Desde que nació recibió todo el amor y la sabiduría de su madre.
Tanto ella como sus hermanos fueron alimentados con la mejor comida macrobiótica desde que nacieron, por lo que desarrollaron una inteligencia privilegiada.
Siempre han sido unos niños muy maduros.

Yo era íntima amiga de su madre, Dorita Castresana de quien aprendí la importancia de la macrobiótica, que ella había estudiado con Micho Kushi, uno de los padres de la macrobiótica moderna.

Desde que Itziar, su hermana, me llamó para comunicarme el estado de Annette, he intentado ayudarla, poniéndola en contacto con las personas que a mi me han ayudado en mis enfermedades, pero Annette se negaba a seguir los tratamientos que le recomendaban.

De momento no quiero hablar más de Annette.


Yo no sé lo que sucede cuando las personas se mueren, solo conozco la vida y sé que es un regalo por el que estoy muy agradecida.










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