sábado, 1 de julio de 2017

TRESCIENTOS DIEZ Y SEIS







He llevado a mis hijos a la puerta de la iglesia del Carmen de Neguri, donde se casaba uno de los últimos sobrinos que todavía no lo han hecho.
Al bajar en el ascensor, me parecía que ellos eran mis papás y que me iban a llevar a pasear en un cochecito de bebés, iban tan altos y elegantes, yo me sentía poca cosa, pero al verles entrar en la iglesia, me he sentido orgullosa.
He vuelto a casa contenta de haber dejado de lado tantas cosas que no necesito, como por ejemplo ir a bodas .
Aún así, todavía tengo que deshacerme de objetos materiales de los que me cuesta desprenderme, más que nada porque prefiero trabajar en asuntos digitales que analógicos.
No me gusta el desorden, pero prefiero dedicarme a editar fotos o hacer collages, que a ordenar mi ropita.


He comido en ese restaurante oriental de Bilbao que está enfrente de Azkuna Zentroa, le llamo oriental porque no sé si es thai o vietnamita, lo que si sé es que es buenísimo y que en este momento es el que más me gusta de los que conozco.
Se come muy bien y aunque parece que lo regentan occidentales, el ambiente es agradable.
Con mi amiga La Rosa Sin Espinas siempre estoy a gusto.
Nos llevamos tan bien, que como ya he comentado en alguna ocasión, solo discutimos cuando ella intenta dirigirme en la conducción, lo cual es inútil porque hace muchos años que no conduce y no se entera de nada.
Casi no me entero ni yo, pues cada día hacen una autopista nueva o cambian una dirección.
Me gusta ir a Bilbao.
Veo cara diferentes.
Tenía ganas de ir a ver la exposición de Bill Viola en el Guggenheim, no obstante he preferido dejarla para un día que me encuentre con más fuerzas.
Bill Viola merece que le dedique toda mi atención.


Hace tiempo que no os cuento nada de las hijas de Dorita.
Pues bien, se debe a lo siguiente:
Al cabo de un par de días de estar pendiente de ellas, me di cuenta de que estaba poniendo demasiado interés, olvidándome de mi, cuando en realidad yo me necesitaba.
Así que tomé la decisión de medir mis fuerzas y ser consciente de que de momento, tengo que cuidarme y curarme.
Me tranquilicé, me centré en mí y al día siguiente me encontré mucho mejor, sobre todo en la claridad.

Doy gracias al cielo, de que cada vez que me confundo, siento una especie de desasosiego incómodo, por lo que escucho a la intuición y enseguida me doy cuente de que tengo que cambiar la dirección del timón.







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