jueves, 20 de julio de 2017

CUATROCIENTOS CUATRO







¡Que contenta estoy de haberme tomado tres meses de vacaciones!
Estuve muy acertada porque solo estando realmente desocupada, con la sensación de que no tengo nada qué hacer, excepto lo que me apetezca en cada momento, es cuando me vienen a la cabeza las cosas importantes.
En este caso han sido los asuntos de médicos que, aunque siempre tengo que estar pendiente de las pruebas y la medicación, ahora he visto claro que quiero mejorar la rodilla y que quiero encontrar un dentista que haga implantes, aunque tenga osteoporosis.
Todo eso me produce endorfinas porque cada día me siento un poco mejor y como soy ambiciosa, no me conformo con estar mejor que el verano pasado, quiero estar mucho mejor.
Siempre es un buen momento para curarse y desfacer entuertos.

A través de lo que cuento en mi diario, algunas personas se animan y me preguntan por el doctor Álvarez de Mon, lo cual es estupendo porque a él nada le gusta más que los casos difíciles.
El lunes pasado me dijo que yo le empezaba a resultar sosa por lo bien que me encontraba, aunque pienso que se pasó un pelín porque me ha mandado muchas pruebas o, tal vez quiere crear en mí un ser nuevo, un cuerpo que funcione a la perfección.

Es posible que hablar, más bien escribir sobre las enfermedades parezca impropio de una diarista, sin embargo no soy la única que lo hace.
Joyce se quedó ciego a causa de la sífilis que padecía y de cuyos síntomas hablaba en sus escritos.
Llegó a decir:

«Me merezco todo esto a causa de mis muchas iniquidades»

Íñigo Larroque, mi profesor de escritura, que es un erudito en literatura, comenta a veces en clase que algunos diaristas famosos escriben sobre sus enfermedades con toda clase de detalles, incluidos los escatólogicos, sin ningún reparo.

Por experiencia propia y ajena, sé que las personas sanas, si no son galenos, no suelen interesarse por las afecciones hasta que les llegan.
Eso me pasó a mí la primera vez que me rompí la pierna en un accidente de moto.
Recuerdo que Araceli Zubillaga venía a visitarme y me decía:

Solo hablas de traumatología.

¿De qué quieres que hable? 
Solo me interesa la traumatología.
Mi vida está centrada en ella.

Las personas jóvenes suelen huir despavoridas ante los enfermos, es natural, desconocen el tema y ni se les ocurre pensar que algún día ellos también tendrán trastornos.
De momento lo único que conocen es algún catarro y varias resacas.

En cambio, a las personas de cierta edad, nos gusta comentar nuestras molestias, siempre es bueno saber, cómo poco a poco viene la vejez y despacito, casi sin tocar en la puerta, van apareciendo desarreglos y vamos sabiendo que el cuerpo humano es una máquina muy compleja, a la que hay que ajustar constantemente y a la que se debe alimentar con cabeza y sabiduría, porque antes o después, acusa recibo de todo lo que has hecho con él a lo largo de la vida.

Ya lo dijo Joyce.





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