domingo, 16 de julio de 2017

CUATROCIENTOS UNO







Cada día me gusta más la fotografía, lo cual no significa que me guste o interese la técnica, sino que lo que me deleita, es escoger los motivos y trabajar la foto en la edición.
Es ahí donde puedo aplicar los conocimientos que tengo por haber sido pintora.
Me refiero a la composición, color, luz y ese tipo de elementos.
Desde hace mucho tiempo tenía ganas de investigar una parte de Algorta, a la que llevaba años sin acercarme y ayer lo hice y disfruté tanto, que estoy deseando volver.
Hacía una tarde espléndida, imagino que las playas estarían llenas de gente y sin embargo en Usategui no había un alma, solo silencio y belleza.
Ni siquiera los pájaros cantaban, echaban la siesta en el ambiente de paz que se respiraba.
Es una zona alta, con un parque bastante cuidado desde donde se divisa el Cantábrico.
La luz estaba tan nítida que se veía Castro Urdiales.

Pensé que había hecho millones de fotos y al abrir mi iMac, me encontré con tan pocas, que llegué a la conclusión de que me había relajado tanto, que me distraje del propósito.
Volveré.
Volveré con un bastón porque en sitios de hierba, puedo meter el pie en un agujero y caerme.

Necesitaba esa soledad y la quietud.
Había estado en el centro comercial e hice más vida social de la deseada.
Cuando me paraban para saludarme, me dejaba llevar por la simpatía de las personas que encontré y estuve más tiempo del que me hubiera apetecido. 
Me cansé, me canso hablando.
Poco a poco me voy convirtiendo en una eremita.

Lleno los días con lo que está dentro de mí, que se agranda a medida que profundizo.

Decía Thoreau:

Jamás hallé compañera más sociable que la soledad.

Y digo yo:

Incluso en la soledad me distraigo de lo que realmente me interesa.



Estuve dando vueltas a algo que, a lo largo de la vida y las circunstancias me había sorprendido.
No quiero entrar en detalles, solo mencionarlo.
Me ha afectado más la muerte de mis hermanos que la de mis padres.
Se lo comenté a Beatriz y me dijo que es normal, que su abuela Luz, la madre de su padre, le había explicado los motivos.
Me tranquilizó.
Se habla tanto de lo doloroso que resulta para tanta gente la muerte de sus progenitores, que me alegró saber que lo que yo siento, entra dentro de lo habitual.





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