miércoles, 14 de junio de 2017

TRESCIENTOS NUEVE







A medida que me voy conociendo y que desarrollo la paciencia, para permitir que la experiencia sea la que guíe mis pasos, constato que las personas que están cerca de mí, son espejos.
No necesito pensar demasiado.
Me reflejan, tanto si me gusta como si no.
Me veo en todo, es asombroso.
En el momento en que algo de lo que me cuentan me suena raro, es justo lo que yo hago.
Si me parece que me dan consejos sin haberlos pedido, inmediatamente recuerdo que yo lo hice hace cinco minutos, con ella o con otra persona, eso no es lo importante.
Y si no la escucho con agrado, señal de que cuando yo lo hago, también estoy invadiendo un terreno al que no he sido invitada.
Es como si todos nos hablásemos a nosotros mismos, a través de lo que decimos a los demás y de lo que ellos responden.

Parece ciencia ficción, pero no lo es.
Con la meditación y la soledad, empiezo a ver con claridad que muchas cosas que he leído o escuchado en relación al conocimiento de uno mismo, las entiendo cuando las experimento.
Es como si se alumbrase algo que estaba oscuro y de repente una pequeña luz, me dejara percibir que se trata de un regalo que está esperándome, para que lo abra y lo utilice, ya que es justo lo que necesito para dar el siguiente paso de mi vida.

Todos somos uno y estamos hechos de lo mismo.

No puedo decir más, ya que todavía no soy capaz de ponerlo en palabras, de momento solo es una experiencia importante.

Llevaba varios días intentando abrirse paso en mi interior y por fin está saliendo.
Es emocionante.
Necesita toda mi atención.








No hay comentarios:

Publicar un comentario