miércoles, 7 de junio de 2017

TRESCIENTOS DOS







A menudo necesito ayudas para sentirme segura.
Pregunté a la podóloga si debiera ponerme una rodillera en la rodilla derecha que la tengo débil y me dijo que no.
Desde un punto de vista psicológico, es preferible que mi cuerpo sepa que tiene todo lo que necesita para andar bien, no necesita asistencia.
De la misma manera, ayer acudí a la última clase de escritura de este curso, así que incluso en un tema tan importante, también estoy sola, bajo mi responsabilidad, sin muletas.

Poco a poco me voy deshaciendo de los compromisos que he tenido durante el invierno y me complace la sensación de sentirme libre.
Cuidar de Odita es un verdadero placer que aumenta mi entusiasmo.
Ella está bastante ocupada porque aprovecha su estancia en Getxo para tomar clases de español y de natación, así que hoy la llevaré a Martiartu a las siete de la tarde, para que vaya cogiendo seguridad en el agua.

La sensación de no tener horarios ni citas concertadas es lo que me produce la sensación de que estoy de vacaciones.
Me gusta y siento que lo necesitaba.

Parece ser que la autonomía y no utilizar nada más que lo imprescindible, es beneficiosos en todos los terrenos de la vida.
Hablaba en la radio un arquitecto de jardines muy erudito y comentó que es mejor no regar demasiado las plantas, es mejor que se arreglen con lo que tengan.
Está comprobado que el fruto de las hortalizas es más sabroso si no se abusa del agua.


Ayer comí con mis hijos mayores y al ver cómo me comporto con Odita, empezaron a decirme que a ellos, cuando eran pequeños, les obligaba a comer hígado y a echar la siesta y más cosas de las que guardan un recuerdo espantoso.
He de confesar que tenían razón y que ni yo misma sé por qué lo hacía, ya que aunque no tuviera la menor idea de educar hijos, lo que sí tenía claro es que, por encima de todo quería hacer con ellos lo contrario de lo que habían hecho conmigo.

En cambio, cuando murió Carlos y nació Mattin, fue mi corazón el que puso orden y decidí, sin lugar a dudas, que la libertad era prioritaria.
Así que, desde entonces, los tres hacían lo que querían, por lo que a veces incluyó llegué a pasar malos ratos.
Lo tenía tan claro que no había nada, ni nadie que les impidiera vivir en libertad.

Mattin fue el que tuvo la oportunidad de conocer las mieles de esta manera de vivir desde el principio y un día que vio una película cuyo protagonista era un chico muy presionado por sus padres, me dio las gracias por la educación que le había dado.
No obstante, en otra ocasión me dijo que echaba en falta la disciplina.

Es difícil acertar.

Lo que sí tengo claro es que cuando se pierde un hijo, se ve la vida de muy distinta manera.




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