jueves, 18 de mayo de 2017

DOSCIENTOS OCHENTA Y DOS







Ayer se me ocurrió publicar en mi muro de FB una frase de Montaigne con la que estaba de acuerdo, incluso antes de saber lo que él pensaba:

La prueba más clara de sabiduría es una alegría continua.
Michel de Montaigne

Mi amiga Dorita Castresana, sabia mujer macrobiótica que murió el año pasado en Medina del Pomar, solía decir:

Ser sabio es estar sano.

Y yo le decía mi frase:

Ser sabio es ser feliz.

Por eso estoy tan de acuerdo con la frase de Montaigne, porque está más cercana de la mía.

El santo Milarepa del Tibet dejó escrito:

No hay nada en este mundo por lo que merezca la pena llevarse un disgusto, ni siquiera la muerte.

Yo estoy de acuerdo con Milarepa.
Lo cual no significa que no me lleve disgustos, mi voluntad no es de hierro, pero todo se andará.
Creo firmemente en el esfuerzo, en la práctica y en la constancia.
Todavía estoy verde, no obstante he elegido un buen camino, en el que cada paso que doy me lleva a un lugar mejor, más despejado y en el que me siento más segura.
He aprendido a darme cuenta de mis equivocaciones y cada vez tardo menos en corregirlas.

Lo que más me gusta de la vida es el conocimiento y lo que más me satisface, por lo que es en lo que pongo todo mi empeño.

Una amiga mía, Pilar, mandó a su hija a un monasterio budista para que aprendiera algo importante durante el verano y cuando regresó al cabo de tres meses, le preguntó:

¿Qué has aprendido?

Y la niña contestó sin dudarlo:

Que tengo que elegir entre tener la razón o ser feliz.

Me gustó que me lo contara.
A mi no me importa demasiado tener la razón, prefiero estar de buen humor, es a lo que realmente doy importancia.
He visto tantas veces a mi madre pasar malos ratos porque nadie le daba la razón, que yo, desde pequeña, deseaba cualquier cosa menos estar de mal humor y llevarme un disgusto.







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