viernes, 10 de marzo de 2017

DOSCIENTOS ONCE






Una de las cosas que más me cuesta aplicarme a pesar de que lo tengo sabido, es que si algo me molesta, me perturba, me ronda la cabeza y me pone nerviosa, es porque yo lo permito.
A estas alturas de la vida ya he aprendido lo que quiero.
Lo único que tengo que hacer es llevarlo a la práctica, lo cual requiere una cierta disciplina.

Hace tiempo, haciendo voluntariado, me asignaron ser la choferesa de un instructor indio, Dayalanand, que estaba impartiendo un seminario en Vitoria.
Yo le recogía en su hotel por la mañana y le llevaba a donde él tuviera que ir.
Me invitó a que acudiera a su conferencia y acepté encantada.
En la buena hora, porque aquellas palabras que dijo al empezar, se me han quedado grabadas a fuego e intento tenerlas siempre presentes:

"La felicidad es una carga que cada uno tiene que llevar sobre sus hombros".

Para entonces, yo ya había hecho muchos cursillos y terapias, aunque hasta entonces nunca había entendido eso, que la felicidad es mi propia responsabilidad.

No tengo más que observarme a mí, para darme cuenta de que la primera inclinación cuando algo no sale como me gustaría, es echar la culpa a algo o a alguien.
Entonces, rápidamente recuerdo lo que dijo Dayalanand y reacciono, y aunque me cueste, me aplico el cuento y poco a poco voy consiguiendo que la claridad me haga ver, que realmente he tenido un descuido o me he equivocado, una vez más.

Es estupendo saber que mi bienestar depende solo de mí, ya que así tengo la posibilidad de estar contenta todo el tiempo, solo se trata de prestar atención y ser consciente de mi propia importancia.

Por pura lógica, si los demás no lo saben o no lo practican, no es asunto mío.

Lo único que realmente me concierne es lo que depende de mi.





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