jueves, 16 de marzo de 2017

DOSCIENTOS DIEZ Y SIETE







La documenta (con d minúscula) es una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo.
Que mi hijo Mattin haya sido invitado a participar en un evento de tanta relevancia, no solo me enorgullece, sino que también me hace feliz y corrobora lo que yo he visto desde pequeño en ese niño que siempre fue especial, hasta el punto de que el mismo hecho de que naciera, estaba fuera de todo pronóstico.
Los hechos sucedieron de la siguiente manera:

Yo llevaba diez años casada con Carlos Artiach y había tenido tres hijos con él.
A esas alturas de la vida ya me había dado cuenta de que el matrimonio no era mi fuerte.
No me gustaba estar pendiente de otra persona, no me gustaba la vida de familia, no obstante seguía ahí, sin tomar decisiones.
Un día fuimos todos a la playa y por circunstancias ajenas a mi voluntad, Carlos, mi hijo pequeño, se ahogó.
Yo me quedé perdida en la nada.
No sabía nada, excepto que solo deseaba estar sola o con mis hijos, Beatriz y Jaime.

Mi hermano Gabriel vino a mi casa y me preguntó donde quería organizar la misa de gloria.
Le dije que en Barrika, así que de repente apareció don Ángel, el párroco de Barrika que era un buen amigo y al saludarme, me dijo:

¿Qué piensas hacer?

No sé, no tengo ni idea.

Lo mejor que puedes hacer es tener otro hijo.

Pero ¡qué cosas se te ocurren!
Eso no entra dentro de mis coordenadas, ni me llevo bien con mi marido, ni tengo ganas de tener otro hijo, ya he tenido muchos.

Blanca, eso no importa, un hijo puede salvarte la vida.

¿Lo dices de verdad, don Ángel?

Si, hazme caso, insisto porque es lo mejor que puedes hacer.

No recuerdo el resto de la conversación, pero al volver de Marruecos, a donde habíamos ido en la furgoneta que nos dejó mi primo Isín Delclaux, yo ya estaba embarazada y en seguida me separé.

Fueron nueve meses dedicados a cuidarme y a proteger al bebé que pronto nacería.
El 13 de julio de 1976 se ahogó Carlos y el 13 de abril de 1977 nació Mattin.
Nueve meses exactos.
Don Ángel tenía razón.
Mattin fue la alegría de mi vida.
Sus hermanos le recibieron con gran ilusión y son sus padrinos.
Desde pequeño mostró una creatividad sin límites y aunque lo que le enseñaban en el colegio le aburría, él por su parte leía, le interesaba saber, era inteligente y muy observador.
Nunca me preocupó que sacara unas notas imposibles, yo confiaba en él.


Mas tarde estudió BBAA en Saint Martin’s, hizo el master en Goldsmith y ahora, en medio de la documenta, presentará su tesis doctoral.




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