sábado, 25 de febrero de 2017

CIENTO NOVENTA Y OCHO







Dentro de unos días cumpliré setenta y un años y tengo intención de celebrarlo a mi manera, es decir como me apetezca en el momento, sin compromisos de ningún tipo.
Recuerdo que mi madre siempre se acordaba de esa fecha aunque una vez me dijo:

Ya sé que el día cinco es tu cumpleaños y te haré un regalo como de costumbre, pero te pido por favor, que no me digas cuántos cumples, no quiero asustarme.

Lo comprendí, porque a mi también me impresionan las edades de mis hijos, tengo la sensación de que son mayores que yo.

He vivido de un modo tan precipitado, que agradezco esta época de mi vida en la que cada día estoy más tranquila, casi parada.
Mi problema, como diría Sartre, son los demás.
No me atrevo a decir “el infierno”, tampoco es para tanto.

Me di cuenta el día que fui a la fiesta de Carlos en Zampa, me sentía nerviosa, casi atolondrada.
En cambio, estando solita en mi casa, no me altero.

Hace tiempo mantuve una conversación sobre este tema con una amiga y al comentarle que yo solo era yo misma estando en mi cuarto, ella me dijo:

Puesto yo ni siquiera en mi cuarto, porque actúo como dueña del perro.

Me hizo reír.
La verdad es que los seres humanos somos torpes.


Hace años, en esta época, cuando la primavera mostraba los primeros signos a través de la aparición de mimosas cerquita de mi casa, yo me sentía decaída, por lo que acudí a un doctor y me diagnosticó “astenia primaveral”.
Parece ser que es algo que sucede a la mitad de la población y se debe al esfuerzo que tiene que hacer el cuerpo para adaptarse al cambio de estación.

Yo noto que algunos días estoy cansada por la mañana a pesar de haber dormido estupendamente bien.
No me preocupo, ya se pasará.

Otra de las ventajas de tener cierta edad, es que casi no se tienen obligaciones.
No tengo que dar el biberón a un niño, ni tengo que ir a buscarle a la parada del autobús.
Ese tipo de asuntos son los imprescindibles y hay que hacerlos aunque parezca imposible.
A ver lo que pasa el día ocho, si como está previsto, todas las mujeres del mundo hacemos huelga como en su día hicieron las islandesas.
Aquello fue fundamental en la vida actual de Islandia.
Las cosas cambiaron.
No sé lo que puede pasar si las mujeres dejamos de trabajar durante veinticuatro horas.
No me disgusta la idea de ser testigo de lo que presumo puede ser una hecatombe.
Tal vez alguien se dé cuenta de nuestra importancia, tal vez.


Veo gente que cumple cincuenta años y se creen que son mayores, me hace gracia, yo les veo como niños que están empezando a vivir.
A esa edad, por lo menos ya se ha pasado lo peor y se ha tenido tiempo para aprender lo fundamental, que lo importante es la paz interior, que no hay prisa y que, como dijo Milarepa del Tíbet:


No hay nada por lo que merezca la pena llevarse un disgusto, ni siquiera la muerte.





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