viernes, 24 de febrero de 2017

CIENTO NOVENTA Y OCHO







Ayer asistí a la pequeña fiesta de cumpleaños que organizó Carlos Alber en Zampa.
Le regalé un ejemplar de mi libro “El esfuerzo precede a la satisfacción”.
No suelo regalar mi trabajo, más bien al contrario, me cuido muy mucho de hacerlo, es algo que me enseñó García Ergüin cuando consideró que mis cuadros ya eran vendibles.
No obstante, este caso era especial porque Carlos es un amigo íntimo que me ha cuidado con santa paciencia durante los años que estuve inmovilizada.
Por consiguiente, decidí hacer una excepción.
Dijo que le hacía ilusión, tenía ganas de leerlo.

Carlos es nueve años más joven que yo.
Pues bien, no en una ni dos, sino en bastantes más ocasiones, la gente que le veía conmigo y no le conocía, ha pensado que era mi hijo.
He de confesar que no me hacía ninguna gracia.
No solo me pasaba con él, sino que un día que fuimos un grupo de amigos a comer a un batzoki, la chica que servía, tuvo la insolencia de decirme:

¡Que bien, la amatxu, estará contenta con los hijos!

Miré a mi alrededor y haciendo un cálculo rápido, a juzgar por las edades de los que estaban allí a todos les habría tenido que dar a luz, teniendo yo entre ocho y trece años.
Para cuando reaccioné ya se había marchado, pero al salir, ya recuperada de la rabia, la dije:

Ten cuidado con lo que hablas porque yo soy bruja y tengo poderes.

Perdón, perdón, lo he dicho sin fijarme, no se lo tome a mal, perdón, perdón.
No me haga nada por favor, que soy muy miedosa y creo en el mal de ojo.

Le metí el miedo en el cuerpo.
Que se fastidie.
Estoy harta de que me tomen por la madre de mis amigos.
Me encanta conocer a personas mayores que yo, pero no encuentro ninguna.
El mundo está plagado de jovenzuelos.

Hasta tal punto este tipo de comentarios me crean complejo de vejestorio, que si por casualidad algún varón con aspecto juvenil me propone enseñarme la ciudad o hacer algún plan, lo cual no sucede a menudo y cuando así es, suele ser fuera de Bilbao, inmediatamente me niego, suelo decir que estoy casada y que a mi marido no le gustaría y enseguida me viene a la cabeza que probablemente será un gigoló y se ofrece, por si acaso cae la breva. 





Volviendo a la fiesta de Carlos, he de confesar que lo pasé estupendamente.
Encontré a varios amigos a los que hacía tiempo no veía y conocí a algunos artistas, con quienes mantuve una conversación interesante.

Me alegré de haber ido, siempre me gusta estar con amigos.

Justo antes había tenido la clase de natación en la que nadé mejor que nunca.
La profesora me felicitó por lo que estoy mejorando y en apnea duré 51 segundos.
Para ser socorrista, se exige resistir un minuto.
Me quedé satisfecha.



He hablado con mi hijo Jaime y definitivamente deja Mallorca.
Ya se ha despedido del trabajo y solo le queda deshacerse del apartamento que tenía alquilado sobre el mar y en el que ha estado muy contento.

Que la vida no es estática, es un hecho comprobado.
O me abro a los cambios o peor para mi.


Belén Lucas, la directora de Txikiplán, el lugar donde voy a la clase de escritura, me ha pasado un librito que se llama Bordados.
Está escrito y dibujado por Marjane Satrapi, mujer iraní nacida en Teherán, autora de Persépolis, donde cuenta la vida bajo el régimen islámico.
Ni siquiera había oido hablar de ese libro, aunque casi es más famoso que el del manco de Lepanto.
Es un comic, en el que cuenta la historia de su país desde el punto de vista de la mujer.

Hace tantos años que dejé de leer cómics, que me resulta sorprendente enterarme de que ahora hay una ola de mujeres que hacen cómics femeninos y feministas, dejando de lado las heroínas que no eran sino una continuación de los héroes masculinos.
Lo único que veo con agrado son las viñetas que María Seco suele publicar en FB.


Tanta información, tantas novedades y todo tan rápido que viene y va, que para cuando me doy cuenta de lo que se trata, ya están hablando de otra cosa.
Prefiero quedarme quieta, como en la butaca de un cine y ver como pasan las imágenes delante de mi, sin permitir que me afecten demasiado.

Para cuando intento profundizar en algo, ya han pasado al siguiente acto.





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