lunes, 16 de enero de 2017

CIENTO SESENTA







He comido con mi sobrino Manolo en Heidelberg.
Ha sido él quien ha tenido la idea de ir a ese lugar porque sabe que me gusta, pero a medida que nos iban trayendo lo que habíamos pedido del menú, se notaba que no estaba contento.
A los dos nos gusta comer, pero definitivamente puedo afirmar sin temor a equivocarme, que tenemos distinto paladar, por lo que a pesar de que nos gusta estar juntos y tenemos mucho en común, todavía no hemos encontrado el lugar perfecto para nuestros encuentros.

Cuando yo ya me había hecho a la idea de comer en Heidelberg, que está cerca de la clase de Pilates que termina a las 14:00 y que es el sitio cuyo menú es el que más me convence de todas Las Arenas, me estaba esperando fuera para decirme que le apetecía comer una chuleta en otro sitio.

No tengo nada contra las chuletas, al contrario, me pueden apetecer mucho en un momento dado, pero justo hoy me había hecho a la idea de comer en ese lugar, en el que me encuentro como en casa.
Manolo me ha contado que nunca come en su casa, ni siquiera va al supermercado.
Poco puedo decirle, porque a mi me espanta cocinar.
Cuando no me encontraba bien era macrobiótica radical y lo de cocinar me parecía lo de menos, porque gracias a ese tipo de alimentación, me sentía mucho mejor.
No obstante, en cuanto empecé a encontrarme bien, me desvié de la macrobiótica y ahora tengo un caos tremendo, tal vez no tanto como el de Manolo, porque hago todas las comidas en casa excepto cuando salgo con alguien a tomar un menucito, pero no descarto ciertos alimentos, que sé que no son adecuados para una alimentación correcta.


El padre de Manolo era mi hermano el pequeño con quien yo tenía una relación maravillosa.
Era un poco más joven que yo y crecimos juntos.
Incluso estando yo casada, seguíamos viéndonos y cenando juntos de vez en cuando.
Yo le adoraba y siempre se portaba muy bien conmigo, sobretodo en mis peores momentos.


Cuando yo vivía en Malibu, California, un día me llamó Beatriz y me dijo que mi hermano Jose había muerto.
Que le habían pegado un tiro en la espalda.
Que no sabía nada más.

Me quedé de piedra.
No podía parar de llorar.
Parecía que no podía superarlo.
Pasaban los días y seguía llorando, hasta que poco a poco me fui recuperando y lo acepté.

Sin embargo, parece ser que Manolo no lo pudo superar.
Tenía una relación extraordinaria con su padre, que era encantador, con una sensibilidad especial que le permitía comprender a ese hijo tan querido.

Algo pasó en el alma de Manolo que le hizo derrumbarse.
Creo que se sintió muy solo.
Todavía arrastra la pena en su corazón.









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