jueves, 19 de enero de 2017

CIENTO SESENTA Y TRES







Todo tiene arreglo si se utiliza el amor.
Toda mi vida, en mayor o menor medida, tuve problemas para relacionarme con mi madre.
Definitivamente, no congeniábamos.
Yo no le hacía gracia y se notaba.
No estaba dispuesta a seguir sus instrucciones para complacerla y a ella eso le resultaba frustrante.
Incluso aunque aparentemente hubiera temporadas en las que parecía que todo iba bien, la sombra de lo que pudiera pasar, presagiaba peligro.

Ella misma me contaba que nací rebelde.
Ya de pequeña, en el coche, me rompía los lazos de los faldones.
Más tarde, recuerdo que me ponían pamelas con cerezas que yo misma arrancaba y las tiraba a la basura.
Cuando me llevaron interna a Madrid, al colegio de Santa Isabel, yo quería mocasines y ella me compraba Merceditas en las Pascualas.


Luego fue pasando la vida y por más que ambas intentásemos hacer un esfuerzo para acercarnos, resultaba inútil.

No me quejo mucho porque siempre hice lo que quise, pero con el miedo de saber que cuando mi madre se enterara, se enfadaría.
El enfado era el arma que utilizaba para intentar doblegarme, mas no lo consiguió.

Un día me dijo:

Eres ingobernable.

Excepto la época en la que estuve metida en drogas, no considero que lo demás fuera malo, simplemente no seguía su línea.
No era católica practicante, no votaba al PP, no frecuentaba los clubes sociales, estaba divorciada y tenía un Maestro vivo.
A mi entender, menudencias.

Tal vez lo que más le molestaba es que viajaba todo lo que podía, para asistir a las conferencias de mi Maestro.


Resumiendo, que incluso en el lecho de muerte se notaba que yo había sido una hija disidente.


Debido a que no me gustaba quedarme con esa sensación de distancia con la persona que me había traído a este mundo, dediqué mucho tiempo y esfuerzo a borrar los obstáculos que hubo entre ella y yo.
Ambas somos buenas personas y nos queríamos.
Gustar o no gustar no tiene importancia cuando el amor está por medio.
Poco a poco fui eliminando todas las emociones que habían surgido de los enfados, los miedos, las malas caras, el orgullo, la incomprensión, las desavenencias, las diferencias ideológicas, las críticas y sentí que me iba acercando a su corazón, hasta que llegó un momento, en que cayeron todas las barreras y mi amor se juntó con el suyo y se fundieron y sentí una paz extraordinaria.
Desde entonces vivo en armonía con ella y con su recuerdo y eso me hace muy feliz.

No ha sido fácil pero lo he conseguido.





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