lunes, 12 de diciembre de 2016

CIENTO VENTICINCO








Hacía un día tan maravilloso que no he podido resistir la tentación de salir pronto de casa para hacer fotos en el muelle de Churruca.
Desde allí diviso Santurce y en frente tengo Portugalete.
Recuerdo que cuando era pequeña y veraneaba en Santurce, las casas del muelle de Portugalete eran preciosas.
Allí veraneaban las tías de Maria Delfina que nos solían invitar a merendar y la mayor, cuyo nombre era Elisa, cantaba:


Los hombres son unos tunos
Que fingen falsos amores, 
cuando han probado todas las flores 
Abandonan el jardín,
Es preciso saberles tratar
Darles algunas gotas de hiel
porque si se les da mucha miel
se pueden empalagar.


Se me quedó grabada esa canción que me cantaba siempre que me veía.



Para mi era tremendo tener que pasar el puente colgante casi todos los días ya que mis amigas y el que era mi novio, vivían en la margen derecha.
Además. mis padres eran muy estrictos con el horario.
A las diez en punto tenía que estar en casa, se paraban todas las actividades y se rezaba el rosario.

No me extraña que yo saliera revoltosa.
En cuanto me casé, me sentí libre y aunque la relación con mi marido me decepcionó, me consolaba pensando:

Mejor aquí que con mis padres.
Ahora hago lo que me da la gana, en esta casa mando yo.
Gracias a que estaba muy enamorada de mi marido y de que me sentía más libre, aguanté más tiempo del que hubiera deseado.
Supongo que también los hijos influirían.
Les quería muchísimo y alegraban mi vida.






He hecho pocas fotos, pero me he quedado satisfecha.


Hoy tengo clase se escritura, la alegría de mi huerta.
He escogido tres textos entre los diarios, que leeré y me someteré a la crítica de los demás y la del profesor, que suele ser la más interesante aunque todo lo que me dicen, me ayuda.
También aprendo cuando los otros leen sus textos.
Me sorprende los distintos que somos todos y cómo se nota en lo que escribimos.







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