martes, 20 de diciembre de 2016

CIENTO TREINTA Y TRES








Vivir en la certeza de que cada día voy a ser capaz de escribir un texto basado en mi propia vida, por insípido que resulte, me llena de confianza y hace que me sienta segura.
Si algo detesto es la indecisión.
Necesito saber lo que quiero e ir a por ello.
Ante la duda, lo primero que me viene es cierto malestar que me hace saber que estoy dudando.
Diagnosticada la causa de mi desasosiego, me paro, cierro los ojos y me concentro en la respiración, hasta que la claridad disipe las tinieblas.


Tengo tan desarrollada la intuición que rara vez me ha fallado y si lo ha hecho, no ha sido ella sino yo, por no hacerle caso.
La intuición es mi inteligencia.
A través de la intuición llego más lejos que utilizando la inteligencia.
Carlos, mi exmarido y padre de mis hijos, me decía:

Blanca, tu no piensas.
No se puede vivir sin pensar.

Yo me callaba y pensaba:

¿Para que voy a molestarme en pensar, si sé que cuando necesite saber lo que sea, me va a llegar por pura gracia?

No le decía lo que pensaba porque sabía que él, como buen sagitario, no nadaba en las mismas aguas que yo.


Me considero una bruja.
También tengo la capacidad de reconocer a las brujas, cuando me encuentro con ellas.
Hace tiempo pinté una serie de retratos de brujas llamada:

Akelarre.
Para que se entendiera con facilidad, escribí un:


Manifiesto de artista



Desde la perspectiva en la que hoy en día contemplo mi vida, observo que desde mi más tierna infancia, ha sido la intuición la que ha guiado mis pasos. 
Y unido a este descubrimiento, constato que he tenido cierta tendencia a rodearme de personas que se mueven en parecidas coordenadas. 
Cuando la intuición se hace acción concreta y conlleva premonición, adivinanza, acecho, deseo y una especie de carga esotérica que adquiere diferentes tonalidades según la cultura en que se manifiesta, se le llama brujería. 
En el país vasco existe una creencia generalizada de que hacer brujería es un privilegio que corresponde a la mística femenina. 
Cuenta la leyenda que las brujas se reunían para llevar a cabo sus rituales en lugares de poder.
Estas reuniones se llamaban akelarres. 
Tal vez todas las mujeres tengan la capacidad de dejarse llevar por su intuición, pero para ser una bruja es determinante tomar la decisión consciente de hacerlo, es entonces cuando se manifiestan ciertos poderes sobrenaturales. 
He querido hacer un homenaje a algunas brujas con las que me he tropezado a lo largo de mi vida. 
Para esta serie he utilizado el formato redondo, porque en él se encuentra la totalidad, es completo en si mismo, simboliza la perfección. 
Mis cuadros redondos se comunican entre sí.  
Cada cuadro redondo representa una bruja entera y siempre abierta a la comunicación a través de conexiones interiores. 
Mi Akelarre se compone de once cuadros de 60 cms. de diámetro cada uno.
Tengo la intención de irlos mostrando poco a poco.
Nunca han estado expuestos.
Es la única serie de mi producción artística, que no ha salido de mi estudio.
Tienen vida propia.
Ellos deciden sus movimientos.







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