viernes, 30 de diciembre de 2016

CIENTO CUARENTA Y TRES








Descubrir un libro de Goethe que no he leído, me parece un verdadero regalo de navidad.
Se llama “Las afinidades electivas”.
Goethe es tal vez el poeta que más ha influído en el Romanticismo.
Además de poeta, escritor y dramaturgo era químico.
Hasta que no lo lea no puedo decir nada, pero por las referencias que tengo, parece ser que aplica a las relaciones humanas sus conocimientos químicos.



Voy a tranquilizarme hasta que me llegue el momento de la lectura.
Cada cosa a su tiempo.
Por mucho que digan, yo soy incapaz de hacer dos cosas a la vez.
Solo puedo concentrarme en una cosa y aún así, me equivoco con facilidad.




A pesar de que estoy con la mentalidad de vacaciones, ayer acudí puntualmente a la clase de natación y me la dio una profesora sustituta, que no me había visto nadar desde al año pasado.
Me dijo que había mejorado mucho.
Me alegré.
Yo me doy cuenta de que he adquirido fuerza y eso me hace muy feliz, porque está relacionado con la salud, que es mi mayor preocupación después de la paz interior.
Tengo muy presente lo que dijo Confucio:

Si pierdes tu dinero, no has perdido nada.
Si pierdes tu salud, has perdido algo.
Si pierdes tu paz interior, has perdido todo.


Me ha costado mucho esfuerzo conseguir que mi vida sea un remanso de paz, la mayor parte del tiempo y tengo que reconocer que la muerte de mi madre ha contribuido a mi serenidad, ya que le tenía auténtico miedo.
Incluso los últimos años de su vida me sentía como un ratoncito tímido cada vez que iba a visitarla.
No he sido la hija de sus sueños.
Éramos dos hermanas, María Victoria, bastante mayor que yo.
Murió hace ya unos cuantos años.
Le llamaban Viví.
Era encantadora.
Nos queríamos muchísimo.
Ella cumplía todos los requisitos para ser la hija perfecta, aunque a veces le costaba estar pendiente de dar gusto a mi madre.
Aún así, lo hacía.


Mi madre me contó que cuando mi padre estaba en sus últimos días, vino un sacerdote a visitarle y para ser amable le preguntó por sus hijas.
A lo que mi padre contestó:


Si, tengo dos hijas, una que vale y otra que cuesta.




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