sábado, 12 de noviembre de 2016

NOVENTA Y SIETE








Traté de aprender a teclear correctamente en varias ocasiones y con interés, no obstante no lo conseguí, por lo que lo hago con dos dedos y mirando al teclado.
Ayer, mientras mi hija me ayudaba en algún problemita que tuve con internet, me miraba mientras tecleaba lo que ella me aconsejaba y me decía:

Por favor mamá, mira a la pantalla.

No le entraba en la cabeza que a las personas que no sabemos mecanografía, no nos queda más  remedio que mirar al teclado mientras escribimos.

A veces los hijos hablan con demasiada alegría y exigen de los padres más de lo que éstos pueden dar.

Un día en que yo estaba en el ordenador, pasó Jaime por detrás y dijo como mirando al aire:

Nunca podré respetar a una persona que escriba con dos dedos.

Sin embargo, una noche en la que también estaba frente al ordenador, comiendo una lata de bonito, pasó Jaime y dijo:

Vas bien, eso hacía Bill Gates cuando empezó.



A pesar de que he hecho múltiples terapias para resolver los asuntos de familia, hay muchas cosas que están en el tintero, por eso tengo tantas ganas de hacer el yoga nidra, a ver si de una vez por todas, ordeno las piezas que todavía no están encajadas.

El yoga nidra consiste en que mientras el estudiante está tumbado en el suelo, en quietud absoluta con los ojos cerrados, el profesor habla al subconsciente.
El estudiante se relaja sin dormirse y lo que escucha va penetrando en sus células.


Hace muchos años, cuando descubrí el yoga nidra en Bilbao, con una profesora recién llegada de India, me marcó tanto que desde entonces lo he buscado sin encontrarlo, hasta ahora.

Aparte de lo agradable que resulta llegar a una relajación tan profunda, lo que me impactó del yoga nidra a mi en concreto, fue que de repente, estando toda la clase en completo silencio excepto las suaves palabras de la profesora, inesperadamente, tuve una especie de catarsis, como un ataque incontrolable en el que me puse como una loca echándole la culpa a la profesora por haber usado unas palabras que me recordaban la muerte de mi hijo Carlos, que se había ahogado hacía más de quince años.
Fue la primera vez que me dejé llevar por el dolor que me estaba desgarrando por dentro.
Hasta entonces lo había controlado.
Ahí comprendí la importancia y el alcance del yoga nidra.
Lo he buscado sin descanso y por fin lo he encontrado en Las Arenas.

Se suponía que ayer, viernes, tenía la primera clase.
Acudí con toda la ilusión del mundo y cuando llegué, me encontré con la noticia de que la profesora que es inglesa había tenido que irse a Inglaterra, debido a un asunto personal.
No me importa.
Esperaré.






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