lunes, 28 de noviembre de 2016

CIENTO DIEZ








Lo bueno de estar enganchada al ordenador es que me gusta tanto que no tengo la sensación de trabajar, no me da pereza sentarme y me produce gran satisfacción.
Por otro lado exige estar despierta, ya que constantemente introducen elementos nuevos y para estar al día requiere una paciencia infinita.
Todos mis dispositivos se han actualizado de repente y todavía no sé manejarlos, ya aprenderé.
Haré todo el esfuerzo que sea necesario.

Mis hijos mayores aprendieron a utilizar un ordenador al mismo tiempo que yo, más o menos y sin embargo, para ellos es como para mi escribir con lápiz en un cuaderno.
A mi todavía me cuesta.

Odita,tiene sies años, a los dos ya tenía su propio iPad y lo manejaba sin problemas, así que hoy en día, cuando le dejo hacer videos con mi iMac, sin que nadie le haya enseñado, sabe perfectamente lo que tiene que hacer y si estamos las dos juntas, es ella la que me explica a mi, si es necesario.
No ha necesitado que nadie le muestre cómo manipular los aparatos, ha nacido sabiendo.



Mis mejores amigas, Pizca y Rosa sin espinas, no solo no tienen ordenador ni el menor interés en el asunto, sino que ni siquiera son capaces de mandar o recibir un WhatsApp.

Es más, he observado que aunque ambas tienen móviles como el de Vilma Picapiedra, Pizca marca los números que sabe de memoria y la rosa sin espinas, cuando tiene que hacer una llamada, saca de su bolsillo disimuladamente una libretita, en la que mira el número antes de marcarlo.
Podría parecer que están en la inopia, pero nada más lejos de la realidad, puesto que ambas son personas de gran categoría, respetuosas, cultas y conscientes de que mientras estén respirando no necesitan aparatos externos.
Nunca se enfadan y siempre están de buen humor, es un auténtico placer estar con ellas.





He comido con mi sobrino Manolo en Heidelberg, un sitio de Las Arenas donde se come muy bien.
Está encantado con Trump.
Hay algo entre él y yo que va más allá de nuestras respectivas ideologías.
Es muy sencillo: nos queremos.

Su padre era mi hermano pequeño y siempre estuvimos muy unidos.
Cuando yo vivía en Los Ángeles me llamó Beatriz para decirme que se había muerto.
Le habían pegado un tiro en la espalda.








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