domingo, 20 de noviembre de 2016

CIENTO TRES








Parece mentira lo que pueden dar de sí, dos días en Madrid.
Tengo la sensación de haber vuelto de un viaje.


Lo más importante que era la consulta con el doctor Álvarez de Mon, resultó más fructífera de lo habitual, que ya es decir, porque es tal su perspicacia que va descubriendo detalles que solo él es capaz de encontrar.
Posee un extenso conocimiento de la medicina, que amplía constantemente con el estudio y la investigación.
No tengo intención de entrar en detalles sobre los problemas que me aquejan, porque he comprobado que solo a mi me interesan.
No obstante si diré que estoy contenta y que espero que de hoy en adelante, mi salud mejorará más deprisa.



El sábado por la mañana fui al Reina y vi dos exposiciones extraordinarias.
Tenía verdades ganas de ver la obra de Marcel Broodhaers en vivo, ya que solo la conocía por internet.
Produce una sensación especial de repente ver en directo las piezas que tantas veces había contemplado en la pantalla de mi ordenador.
Cambian los colores, el tamaño, la ocupación en el espacio y sobretodo esa vibración que emana de las obras de arte, que es equiparable al carisma en las personas.

Me mantuve alerta, paseándome por las múltiples salas en las que se desarrollaba la retrospectiva de Broodhaers, ya que no quería perderme ni un detalle puesto que el mínimo elemento, puede albergar un algo especial que ayude a entender la obra.

Fue una sorpresa constatar que ya habían inaugurado la expo de la francesa Anne Marie Schneider que, aunque aparentemente era muy diferente a lo que acababa de ver, a medida que iba recorriendo las paredes repletas de dibujos mínimos, delicados y llenos de intención, algo en mi sintió que en un lugar profundo, ambas exposiciones expresaban asuntos que en mayor o menos medida, nos atañen a todos los seres humanos.



Resumiendo, disfruté y una vez más agradecí haber ido a Madrid que, como de costumbre, ardía en fiestas.
Hay tal bullicio ambiental, tanta alegría en las calles y la gente es tan simpática que, para una persona como yo, que lleva una vida tranquila en un pueblo de provincias, resulta estimulante saber que existe vida más allá de nuestro serio Bilbao que, aunque ha cambiado y ya no es el de Unamuno, ni el de Juan Carlos Eguillor, yo no soy capaz de describirlo, porque a pesar de haber nacido y vivido allí años importantes, de los que guardo un recuerdo maravilloso y todavía lo disfruto cuando me acerco para ver las exposiciones del Guggy, no creo que pueda hablar con conocimiento del Bilbao actual.











No hay comentarios:

Publicar un comentario