domingo, 16 de octubre de 2016

SETENTA Y UNO








Estar con “Rosa sin espinas”, que es como llamo a mi querida amiga, es como estar con un hada recién salida del bosque.

Ella se ha pasado la vida, y lo sigue haciendo, tratando de superarse a si misma, no en los terrenos habituales, sino en otros mucho más sutiles y difíciles.
Se respeta a si misma y de paso lo hace de manera natural con los demás.
Conocedora de la importancia que tienen los pensamientos, ni por un momento se permite la debilidad de alimentar un juicio, que podría colarse en su cabeza en un descuido.
Confía plenamente en la bondad de los seres humanos y desde hace más de treinta años que la conozco y he seguido sus pasos, nunca he visto que se haya sentido defraudada.
Hizo la carrera de piano y cantó en el coro de San Juan Bautista de Leioa.
Su voz de soprano es néctar para el oído, no solo cantando sino también hablando.

Vive en Bercedo, un pueblo de Castilla, donde el aire es puro y la naturaleza exuberante.
No le gusta la ciudad, pero de vez en cuando baja del monte y nos vemos.
Otras veces, soy ya la que se acerca a su territorio.
Dedica su vida a leer y a pasear por el campo, por lo que me recuerda a aquella célebre frase de Alonso Quijano:

“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”.

Ayer fue uno de esos esporádicos días en los que me obsequia con el tesoro de su presencia.
Fuimos a comer a “La Barraca”, un restaurante de Bilbao especializado en arroces.
Comimos unos fritos deliciosos y una paella de marisco.

Luego nos separamos.
Ella tenía asuntos propios y yo me fui a ver “Snowden”, la peli de Oliver Stone, que me encantó.
Además de que el tema es jugoso, hay que reconocer que Stone sabe hacer cine.

Por la noche me costaba dormirme.
El cortado de la sobremesa hizo su efecto.
Puse la radio sin esperar demasiado y tuve la suerte de que le estaban haciendo una entrevista a Sanchez Dragó sobre su último libro, Shangri La, que justo lo estoy leyendo ahora.
Hablaba del elixir de la eterna juventud, que es el tema de su libraco.
Yo no se lo recomendaría a nadie porque Dragó es demasiado suyo.
Comprendo que puede parecer un cretino, no obstante tiene otras facetas que le equilibran.

Me divierte, me interesa, me entretiene y con él, aprendo.
Es un escritor que va por libre.
Escribe inexactitudes pero no me importa.

Me gustan las personas mayores que yo.

Ya decían los chinos:

“No abras las puertas de tu casa a nadie que no peine canas”.











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