SETENTA Y CUATRO

En vez de levantarme de la cama cuando era lo correcto, me he quedado un ratito pensando en desemperezarme y lo único que he conseguido es tener una pesadilla tan rara, que al despertarme he salido corriendo, pensando que me perseguía algo infernal.

Parece ser que estaba ordenando un cajón de medicinas con Beatriz y yo le preguntaba para qué servían.

Ella no me hacía mucho caso, pero yo insistía.

Me apetecía tirarlas mas no quería equivocarme.

Todas las cajitas eran miniaturas y en algunas había incluso cepillos de dientes y gomas de borrar del tamaño de las pastillas.

De repente, ante mi estupor, leo lo siguiente en la caja de una medicina:

“Deseos felinos” 

Eso es lo que me ha sobresaltado y me ha hecho salir corriendo hasta la cocina, para contárselo a mi hija que se ha echado a reír.

¿Por qué me habré asustado tanto?

 Supongo que me ha sorprendido, porque jamás imaginé que existiera algo así.

He visto cosas raras en mi vida y no precisamente soñando.

Tal vez la que más me impresionó fue en Mérida, capital del estado de Yucatán, Méjico.

Pues bien, paseando por allí, me acerqué a un escaparate de una tienda de souvenirs y no podía dar crédito a lo que mis ojos estaban viendo:

Varias cucarachas negras, vestidas con trajecitos de ballet, se embrollaban en una caja.
Estaban a la venta.

Aquella visión se me quedó grabada en la memoria y no puedo desprenderme de esa imagen que me gustaría olvidar.

Retrocedo al día de ayer y recuerdo que no salí de casa hasta la hora de la clase de yoga Iyengar.

A pesar de mis limitaciones, no solo la disfruto sino que me hace ser consciente de la suerte que tengo, porque ya en su día lo practiqué y no es fácil encontrar ese tipo de yoga.

Sin embargo yo lo tengo al lado de mi casa, en uno de los gimnasios a los que asisto.

Lástima que solo puedo ir dos martes al mes porque la clase de escritura tiene prioridad ya que aunque no me arregla la pierna, me alegra el alma que es más importante.