miércoles, 5 de octubre de 2016

SESENTA Y DOS








El problema de escribir un diario es que hay días en los que no sucede algo realmente extraordinario, lo cual no implica que no sea relevante para mi, sino que tal vez no resulte interesante para los lectores.
Sin embargo, debajo de esa aparente indiferencia externa, se esconde una experiencia vital importante.
Eso es exactamente lo que me ocurrió ayer.
Decidida a hacer el ejercicio necesario para mi recuperación completa, acudí a la clase de yoga, que todavía no había probado en Hydra.
No tenía demasiadas expectativas, porque pensaba que se trataría de Hatha yoga, que suele ser el habitual.
Grande fue mi sorpresa, cuando al hablar con la profesora me indicó, que era yoga Iyengar que no solo lo conozco bien, sino que me encanta.
Estuve practicando este maravillosos yoga, que está indicado para toda clase de personas, tanto con deficiencias físicas, como para las que están en plena forma.

Durante varios años me iba hasta Bolueta dos veces por semana y salía tan contenta que estaba deseando volver y eso que ir a Bolueta no me hacía ninguna gracia, no era un lugar agradable, pero la clase de yoga era tan buena, que merecía la pena.

Me interesaba tanto lo que aprendía, que leí “Light on yoga” (Luz sobre el yoga) para aprender la teoría, ya que la práctica sin la teoría puede ser peligrosa, de la misma manera que la teoría sin la práctica, no sirve para nada.

A medida que practicaba el yoga Iyengar y que leía los libros, notaba cómo mi cuerpo se volvía más flexible y mi pensamiento más ágil.

Así que ayer, la profesora, a la que había puesto al corriente de mis dificultades para hacer ciertas asanas por haberme roto la pierna y estar en recuperación, estuvo atenta a mi y me ayudó con interés y cariño.
Al terminar, me dijo que se notaba que había practicado yoga Iyengar.
Salí entusiasmada.
Cada día estoy más contenta en Hydra.

Nunca pensé que podría tomar clases de yoga Iyengar a cinco minutos de mi casa.
Cuando iba a la clase en Bolueta, había gente que venía desde San Sebastián.
Es más, he recordado que conocí a una chica española en Santa Mónica, California, que su novio, que era budista, se había ido a vivir a Los Ángeles para poder practicar yoga Iyengar.

Esa fue la primera vez que oí hablar de Mr. Iyengar y de los ladrillos.




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