jueves, 27 de octubre de 2016

OCHENTA Y DOS








Quisiera ser dueña de mis estados de ánimo, mas tengo que reconocer que todavía me queda un largo recorrido para llegar a ese punto que tanto anhelo.
Durante años vivía al servicio de mis caprichos lo que me impedía madurar.
Hace tiempo que utilizo la cabeza y la voluntad, sabiendo que necesito practicar a diario para ser capaz de dominar mis emociones y conseguir que no sean ellas las que lleven las riendas de mi vida.



A mi profesor de escritura no le gusta que utilicemos demasiado la palabra vida y yo me pregunto:

¿Cómo puedo evitar hablar de la vida siendo la base de mi existencia?
Teniendo en cuenta que todo lo que hago, lo que pienso, lo que disfruto… es gracias a la vida, me resulta imposible no usar esa palabra, que es el gran pilar donde todo se apoya.

A veces me gustaría dar más vueltas a ciertos asuntos filosóficos que, en nombre de la literatura se comentan de manera superficial y se toman como regla.
Tal vez hoy en día todo va tan deprisa que resulta difícil pararse a pensar y que a las conclusiones a las que cada uno llega individualmente, se les dé importancia.

Cuando yo iba a la Pepperdine University en Los Ángeles, me sorprendía que temas, que a mi me parecían importantísimos como la figura de Leonardo da Vinci, por ejemplo, se le dieran unas cuantas pinceladas y santas pascuas.

Acostumbrada al método europeo en el que a cada asunto se le concedía un tiempo en el que poder profundizar, yo no me sentía satisfecha.
Mis compañeros no habían estudiado n latín y griego como yo, que había hecho el bachiller de letras y eso se nota cuando se trata de aprender un idioma.
Casi casi tanto como la palabra, me interesa la etimología.

Gracias a internet ahora tengo la gran ventaja de poder investigar.




Ayer estuve a punto de discutir con Jaime porque me pareció que tenía una actitud egoísta, algo poco habitual en él, pero me controlé, le di la razón y me callé.
Había tenido un problema con su trabajo y estaba alterado.
Detesto discutir.
Además no sé hacerlo.
No sé razonar porque mi intuición es mi inteligencia.
La he desarrollado y me fío de ella.
Rara vez me falla, por lo que me resulta imposible, no solo argumentar sino ni siquiera conversar, porque la intuición y la razón son materias tan diferentes que no se pueden mezclar.


Además, yo prefiero ser feliz que tener la razón.





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