sábado, 3 de septiembre de 2016

TREINTA Y TRES








Ayer me dejé tomar el pelo una vez más.
Empecé el día encantada de la vida, pensando en el plan de despedida de Simón del que me había hablado Pizca.
Con gran alegría escribí mi diario, actualicé mis blogs, envié dos cuadros a la galería de Las Arenas y de repente, cuando ya casi consideraba que estaba libre para hacer lo que Pizca propusiera, me llamó para decirme que habían pensado otra cosa.
Lo que me molestó del asunto, porque reconozco que me molestó y me alteró, no fue que ellos hicieran lo que quisieran, sino haber entrado en el mundo de la ilusión.
Con toda la experiencia que tengo de la vida, de lo que detesto hacer planes y los “voy a”, especialmente los de Pizca a quien conozco y me consta que adora involucrarse y de paso involucrarme en futuros imposibles, casi podría decir que hasta en presentes inexistentes, pues bien, una vez más caí.
Me recompuse enseguida y me fui a mi playa de Plencia que es donde me encuentro a gusto, nadé hasta la boya amarilla y por la tarde, después del masaje, me fui a Bilbao a comprarme unas cremas que solo las venden allí.
Bilbao estaba magnífico.
Lo necesitaba.
Vivir en Getxo, que es un lugar más bien residencial al lado del mar, resulta agradable pero llega un momento en que necesito la ciudad.
Me gusta ver tiendas buenas, museos, gente bien vestida, moderna y sofisticada, la verdad es que me sentía como una pueblerina que mira todo con ojos maravillados.
Creo que vi varios bares nuevos, donde se oían idiomas diferentes, personas compartiendo su verano exultantes de alegría.
Disfruté.
Compré mis cremas y volví a casa contenta.
Me sentía en el séptimo cielo.

Hoy he dormido como hacía tiempo no lo hacía, tanto tanto que casi no podía despertarme.







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