martes, 27 de septiembre de 2016

CINCUENTA Y CUATRO







Ayer tuve clase de escritura y pude comprobar las diferentes reacciones de la gente ante el mismo texto.
Leí tres fragmentos de mis diarios, correspondientes a los primeros días de esta semana y lo comentaron como si pertenecieran al presente.
Yo escuchaba perpleja.
No me apetecía dar explicaciones.
Ya les había contado lo que me pareció conveniente y al principio de cada segmento, decía la fecha en que habían sido escritos.
El tiempo pasa y lo que en un momento tiene una importancia capital, puede dejar de tenerla al cabo de un rato.
Eso es lo que sentía mientras decían lo triste y dramático que les parecía mi estado.

Yo me veía tan alejada y distante de lo que ellos interpretaban, que creo que tengo que profundizar y reflexionar más sobre lo que deseo expresar.

Tengo la sensación de que Íñigo, el profesor, se da cuenta de que sé lo que me traigo entre manos y me da consejos para que escriba con más consciencia.
Intentaré hacerlo.
Sin embargo, mi propósito no es gustar sino despertar, más bien gritar.

No me interesa gustar ni que algo me guste, eso lo dejo para las flores.
Prefiero lo que me incita a recapacitar, aunque me cueste un esfuerzo.

Siempre disfruto en esas clases.
Siempre.
Está garantizado.
Elevan mi espíritu y me obligan a pensar.
También me ayudan a ponerme en mi sitio.

Cuando salgo de la clase y me paseo por la avenida de Basagoiti, tengo la sensación de ir sin tocar el suelo, me siento dichosa y plena.

Escribir es como pintar con palabras.
Como con el color, trato de usar pocas, pero con el significado preciso.

Ya en casa, estaba contenta, saboreando las mieles de la literatura y llegó Beatriz.
Tuvimos una leve conversación que me alteró.
No sé si me tiene manía o es su manera de ser, pero hay algo entre ella y yo que, como decía la madre de mi compañera de habitación en el hospital de Cruces:

“Madera del mismo árbol no hace cuña”.

En aquel tiempo, ella se refería a la relación de mi madre conmigo, pero parece que también se puede aplicar a la de mi hija conmigo.

Intento aceptar la vida como viene y ejercitar el dominio de mi fuerte carácter, que reacciona como si le picara una avispa en cuanto hay algo que no entiende.





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